Ha costado sangre, sudor y lágrimas.
De repente, una iniciativa: “Hollande propone un parlamento y un gobierno para la zona Euro”. Casi veinticinco años después de que algunos dirigentes europeos atisbaran esa necesidad. Después de años de decaimiento institucional y democrático de una comunidad que había alentado múltiples esperanzas. Tras la mayor catástrofe de ese larguísimo periodo, el conflicto con Grecia que amenaza con exterminar a los últimos resistentes de la idea europea.
Hollande despertó a su llegada algunas esperanzas. En vano. Por su propia actitud y su sometimiento a la canciller, pero también por el cerco impuesto por el bloque angélico. Hasta las últimas semanas el dirigente galo había decepcionado casi por completo.
La situación y el tiempo en que vivimos quizás extravíe el elogio, pero la propuesta de Hollande abre una espita. Solo eso, porque ¿con quiénes va a contar monsieur le president?
Por el momento, que no mire para abajo. ¿Y para arriba?
En todo caso, ¡una propuesta! ¿O tan solo un titular? ¿Quién se lo va a trabajar?
O tempora. O mores.
(Efectivamente, 24 horas después del comentario de Francois Holland, los medios de comunicación españoles lo ignoran. Y hasta el medio que lo publicó lo ha retirado de las noticias a la vista).
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