El lenguaje político, una trampa

Javier Santos: «El lenguaje político es una trampa, una distorsión de la palabra»

Una entrevista de Agustina Sangüesa.

javier-santos-2-1024x768Una de las consecuencias de la distancia entre el lenguaje de los políticos y los ciudadanos ha sido vivir en el presente aplazando el futuro. Así lo cree el  investigador de la Facultad de Mediación Lingüística y Cultural de l’Università degli Studi Milán, Javier Santos, para quien es necesario que tengamos ‘líderes más preocupados en crear cultura política que en ganar elecciones en una campaña permanente’. Este experto en lenguas de especialidad dice que ‘el político se comporta como si estuviera siempre dentro de un formato televisivo’ y asegura que la política ha experimentado un cambio importante desde que las democracias occidentales han adoptado vicios del discurso totalitario, como pasar del lenguaje racional al emotivo. El mensaje se ha banalizado, saca partido de formatos televisivos que llegan con eficacia al público y se ha vendido a los argumentarios de expertos en comunicación ajenos al compromiso ideológico y ciudadano. El marketing político impone sus reglas. Nadie impulsa el debate cultural que favorece el entendimiento, sobre todo, para contribuir al encaje de los nacionalismos.

¿De dónde parte su interés por el lenguaje político?
Yo creo que el lenguaje político es el primero y el más interesante de las lenguas de especialidad, además de ser un vínculo entre los lenguajes literario y común. De hecho, Aristóteles, el gran maestro de la retórica le dedica ocho libros a la política. Además, yo me dedico a las lenguas de especialidad, donde hay algunas tremendamente aburridas, como la deportiva o la técnica, que se limitan a una simple cuestión de terminología, mientras que el lenguaje político concilia muchos aspectos lingüísticos y extralingüísticos. En mi opinión, el lenguaje político es una comunicación enriquecida, multimodal, donde cobran mucho valor otros elementos como la imagen. Si vamos, por ejemplo, a la comunicación científica veremos fotos de las cadenas de ADN recombinante, pero para de contar.

¿Cuál es el objeto de su estudio? En mis trabajos quiero ver claves interpretativas de la comunicación política. De esta forma puedo saber cuáles son los conflictos derivados del lenguaje que existen entre la sociedad y los políticos, para poder advertir dónde está exactamente la dificultad.
¿Realmente existe un lenguaje político o más bien usos políticos del lenguaje?
Ese es un debate que ha existido siempre, basado en dos corrientes, la que defiende que hay un lenguaje político y la que sostiene que solamente hay un lenguaje que persigue un fin y, por lo tanto, un uso político del lenguaje. Yo me inclino por la primera porque existe una comunicar-bien-1terminología política que crea un lenguaje de especialidad. Para entendernos, la terminología es usar una palabra en un contexto profesional o científico en el que asume un valor específico, es el caso de dolor de cabeza en lenguaje común y cefalea en lenguaje científico. “Pregunta oral” es una expresión del lenguaje común; si la insertamos en el lenguaje político adopta unas características especiales, se convierte en término: tiene que ser presentada por escrito, consta de cuatro turnos (pregunta, respuesta, réplica y dúplica), cada participante tiene solo cinco minutos para desarrollar su intervención, etc.

¿El uso de la expresión ‘rodillo parlamentario’ es terminología política? Expresiones de ese tipo pasan del lenguaje común a la terminología y adquieren un uso específico. Así, ‘pasar un rodillo’ se emplea para decir ‘aplastar al contrincante’ con una mayoría parlamentaria. La terminología a veces se crea ex novo, como ‘ADN recombinante’ o se recoge del lenguaje común y se le da un uso nuevo.

¿Cuánto hay de trampa? Desgraciadamente, el lenguaje político es una trampa, es una distorsión de la palabra. Y se lo explico con la palabra ‘consenso’ tan usada hoy en España’ y que la mayoría de los diccionarios definen como ‘asentimiento, consentimiento’. En mi opinión, lo propio del lenguaje político no es el consenso, sino la negociación, el acuerdo y el debate. El consenso es la fórmula que se empleó para hacer nuestra Constitución; se reunieron siete señores, los ‘siete magníficos’, y nos dieron una versión única, nos dieron el paquete ya hecho. Nos lo venden como la cosa más democrática del mundo, cuando no lo es conceptualmente. Y así es todo el juego, no se trata tanto de mentir como de no llamar a las cosas por su nombre. ¿Por qué se ha inventado la palabra soberanismo? Pues porque independentismo suena demasiado fuerte, a violencia, a pasados que nadie quiere afrontar.

Las palabras pueden disfrazar la realidad… La palabra soberanismo se emplea desde hace relativamente poco tiempo como sinónimo de independentismo. Igual pasa con globalización, un fenómeno al que siempre hemos llamado imperialismo, lo que ocurre es que hablar de imperialismo está feo y en cambio globalización suena hasta bonito. Siempre se mantiene ese juego de ambigüedades que quita peso específico, efectos dolorosos y, en definitiva, referencias culturales. Todo eso es un uso instrumental de lenguaje.

‘Necesitamos líderes más preocupados en crear cultura política que en ganar elecciones’

¿Qué influencia tiene el mal uso del lenguaje en el desencuentro entre políticos y ciudadanos? Yo creo que toda, porque la política se hace de dos formas, con la palabra o con las armas. Y, evidentemente, cuando no hay posibilidad de un diálogo entre ciudadanos y políticos, quiere decir que ahí no hay democracia. Umberto Eco se refiere en un artículo sobre el lenguaje político italiano, escrito en 1973, a cuando había una rica comunicación y cita a Aldo Moro, un gran neólogo que inventó expresiones de gran fortuna, como autor de las ‘convergencias paralelas’ que definen los acuerdos del Partido Comunista Italiano y la Democracia Cristiana durante la carrera electoral; o bien, l’impegno disimpegnato que significa el ‘compromiso falto de compromiso’ y el ‘disimpegno impegnato’ que es la ‘falta de compromiso comprometido’. ‘¡Vete a explicar esas expresiones a un campesino calabrés, a ver si lo entiende!’ No lo entiendo ni yo y soy licenciado en Filología Románica!

lenguaje-politico-1Y luego está la falta de pedagogía que causa grandes confusiones… Hay una cosa divertida, aunque de trasfondo trágico, y es que si tú preguntas a un ciudadano de clase media o baja si prefiere impuestos directos o indirectos, te dirá que los indirectos, que prefiere el IVA al IRPF, cuando el rico paga el mismo tanto por ciento de IVA que el pobre. En cambio los impuestos directos se aplican en función de la renta y, por tanto, para una persona pobre o con menos recursos es mucho mejor pagar impuestos directos. Pero dicen ¡ah, yo no quiero impuestos directos’. Se ha de tener en cuenta que el lenguaje político es muy complejo, porque recoge también el jurídico, como en la ley, el histórico, el filosófico, etc. De hecho hay conceptos que no nos quedan nada claros y nos llevan a aceptar situaciones cuando menos confusas. Por ejemplo, Juan Carlos I fue nombrado jefe del Estado español y rey de España basándose en el famoso eslogan “de la ley a la ley”, pero alguien pasó por alto que carecía de la legitimidad dinástica, puesto que hasta que su padre no renunció a sus derechos dinásticos en mayo de 1977, Juan Carlos I carecía de tal legitimidad.

¿Cómo acabar con tanto malentendido, con las falsas creencias? Creando una cultura política y dejando un poco de lado la obsesión por el poder. Pero eso no le interesa a los poderes fuertes. En España ha habido una reacción con el movimiento de los indignados, pero no ha cuajado en un instrumento renovador. Los grupos que han salido de ahí tendrían la obligación de crear una cultura política de la ciudadanía y recuperar conceptos que se han perdido. Yo creo que la reivindicación tiene que venir de la colaboración de esta gente nueva, porque el resto está excesivamente enmarañado. Todo parece metido en la misma red, los medios de comunicación, la política, la economía, entre otros ámbitos de poder, todos tienen el mismo fin, comen del mismo plato y a nadie le interesa desvelar cuál es la solución. Un excelente intento de crear cultura política fue protagonizado en España por el presidente Zapatero, a través de imágenes como la foto de un gabinete ministerial compuesto al 50% por hombres y mujeres, o de actitudes como el famoso ‘talante’ que huía de la confrontación y del insulto; de un nuevo lenguaje, etc.

Cuando oímos a los políticos españoles es fácil comprobar que su discurso se despega a menudo de la realidad, de lo que reclaman los ciudadanos. Los políticos dicen lo contrario, ‘vamos a hablar de lo que verdaderamente le interesa al ciudadano’, para aplazar los temas fundamentales que son de gran calado. No solucionan el problema del cambio climático, pero dicen que ‘lo que le interesa a la sociedad es resolver el accidente del tren que acaba de ocurrir’. Eso de vivir permanentemente en el presente es una de las consecuencias de esta distancia entre el lenguaje de los políticos y los ciudadanos, porque el futuro siempre se aplaza, el futuro no tiene interés, ya se resolverá. Los políticos deciden qué interesa a la sociedad en cada momento, la corrupción, el paro, etc, cuando el interés del ciudadano es ver las reformas estructurales que nuestro sistema necesita para que, por ejemplo, una crisis coyuntural no se convierta en una crisis estructural, que es lo que nos pasa siempre a los españoles, que cuando los otros tosen a nosotros nos entra una pulmonía.

¿Se parece el discurso de los políticos españoles al de los italianos? Creo que hay una gran uniformidad internacional en el discurso político, porque desgraciadamente los Estados Unidos nos influyen muchísimo, contagian su forma de hacer política a las democracias occidentales. Mucho más ahora, con la invasión de los social media en los que los estadounidenses son mucho más expertos.

Como ha sido siempre en nuestra historia reciente. Sí, sí, hay una subordinación cultural a los Estados Unidos. De hecho, yo creo que ese distanciamiento entre políticos y ciudadanos es producto, en primer lugar, del marketing político, un invento norteamericano. En los años 50 se desarrolla el marketing económico, que logra que un producto comunique y se comercialice. Y en la década de los 70 se experimenta el marketing político con un esquema muy parecido ¿Qué se hace? Se profesionaliza la comunicación política o se externaliza, como se dice ahora. Ya no es el político el que habla directamente con el ciudadano; el líder se pone en manos de un director de campaña, de profesionales de la comunicación que le someten a un determinado discurso. Se crean los argumentarios de los partidos, un producto del marketing político que a mí me parece aberrante, porque un político llega a una cierta altura por su inteligencia, no porque alguien decida qué y cómo debe argumentar. Eso es insultante. Y, sin embargo, todos los partidos usan los argumentarios de forma más evidente o más encubierta.

Esta entrevista se publicó en sociedadcivil.com, la web de Sociedad Civil por el Debate.

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