
¿Se puede hacer política al margen de los ciudadanos?
La respuesta es sí. Más aún, por lo común, así es como se hace. Se puede comprobar día tras día y a simple vista. Las actitudes y las actividades que rigen la actividad política se analizan y valoran en función de unos códigos o unas lógicas preestablecidas como dogmas. Todas ellas responden a un único objetivo: la conquista del poder.
Basta escuchar a los dirigentes y, en particular, a los analistas, a los politólogos, a los gurúes que invaden los espacios públicos de opinión para confirmarlo. Su facundia se cobija bajo certezas y saberes que ellos mismos consideran irrefutables. Aluden a fórmulas o ecuaciones que actúan en un tiempo y un espacio vacíos. En el que los ciudadanos quedan al margen.
Las elecciones, de ese modo, son parte del entretenimiento; un simulacro con efectos de adormidera. Aunque la sobredosis, en realidad, alimenta también la indignación
