Es sábado. No es día de reuniones sino de recapitulación. Arranco la mañana, a las ocho, con un paseo hasta el mar. Pienso en cambiarme de hotel. Lo dejo en un cambio de habitación. No soy muy exigente –mi permanencia en este hotel lo demuestra–, pero aspiro a no morir achicharrado por culpa de una salida de agua caliente incontrolable. He mejorado un poco.
Me había levantado temprano y, como era día parecía poco propicio ara avanzar en mis gestiones (cosas del sábafo), me di un paseo largo hasta el mar. Luego decidí seguir buscando lugares gastronómicos y abandoné la ruta de Gastón Acurio para conocer las alternativas de la competencia (o incompetencia, según resulte).
Aquí no tiene sentido, concluyo, la cocina innovadora o de vanguardia: aquí lo tradicional, la cantidad de frutos o productos, es pura sorpresa. Ellos sólos se bastan para provocar la fiesta. Sorprende, por ejemplo, el extraordinario bullicio, la ruidosa alegría con la que se come. Los restaurantes que he recorrido hasta ahora lo demuestran. Aquí comer es un disfrute. Y resulta fácil sumarse al jolgorio.
Al final de la comida recibo una llamada, alguien que quería saber dónde me encontraba. Diez minutos después atraviesa la puerta del establecimiento Gastón. Se sienta a mi mesa. PIenso que ya es casualidad… Poco después relaciono su presencia con la llamada anterior. Él no come. Departimos durante un rato largo. Este hombre piensa y actúa con similar decisión. Su reflexión es clara e integradora. Su acción es directa y coherente. En sus negocios trabajan tres mil personas, más de mil en Perú, que saben que tienen una misión, un objetivo, una marca, unos productos, una ilusión. Me gusta escucharle. Además es prudente y generoso: pregunta las opiniones de otros, reconoce problemas que le afectan, respeta siempre.
Me ha llevado a un par de sitios impresionantes: la cebichería de un personaje de noventa años, atildado, con vestario y sombrero completamente blancos. Tiene un lugar emocionante, pequeño y evocador. Él asegura ser el inventor del moderno ceviche (nótese que alterno la caligrafía para tranquilizar a las dos partes del océano). He recorrido algunos distritos muy agradables: Jesús María, Pueblo Libre. Encuentro un encanto más espontáneo que en Miraflores, el que más recorro y disfruto, o San Isidro
Luego aterrizamos en una taberna limeña, también sugerente.
He vuelto al hotel. A rumiar. Como empecé el día, pero con más ideas.
