
La llegada de Luis García Montero a la marabunta de la primera línea de un partido político, en medio de un (digamos aparente) proceso de descomposición, provoca admiración; es decir, asombro. También buenas dosis de solidaridad e incluso ternura. ¿Qué hace un tipo como él en este sitio y en este momento?
No cabe otra: ¡ánimo, Luis! De aquí hasta finales de mayo estará en nuestras oraciones (las que no hacemos) y entre nuestras papeletas (dios mediante). Aunque no sabemos si lo más conveniente es que consiga rescatar del abismo a una formación que, pese a todo, no forma parte de lo peor que hemos conocido, ni mucho menos, o que los ciudadanos le reintegren a él a tiempo completo al ámbito de la reflexión y la creación, al de pensador y poeta.
Izquierda Unida, carcomida por los nuevos actores que anuncian el final de un ciclo y afectada por el síndrome del escorpión, siempre dispuesto a clavarse su propio aguijón, cada vez parece más alejada de lo que pudo ser. Los tiempos no fueron propicios para su propuesta de siempre y careció de capacidad para alcanzar otra estimulante y verosímil, al tiempo. Conserva aún algunos hombres buenos, en el sentido machadiano, con propensión a la melancolía y, no se puede ocultar, a la derrota. Quizás merezcan el voto. No cabe duda de que se les debe y les deberá el abrazo: Teresa, Luis, Gaspar…
Seguirán siendo necesarios en la acción pública y, sobre todo, en la que les sea más propia. Porque estará llena de compromiso con las personas que más reclaman derechos y justicia. Hay tiempos en que la honestidad del trabajo personal bien hecho es el compromiso básico de un ciudadano. Luego vendrá la manera de encontrar los escondrijos para influir en la transformación colectiva necesaria.
Y pase lo que pase siempre nos quedará ña satisfacción de saber que hubo un hombre, un político, que entendía la campaña electoral en este tono: el de su último artículo publicado en Público.
