Un hombre al que respetamos tanto

En medio de tanta mediocridad pasa desapercibida la despedida de un hombre admirable: Juan María Bandrés. En una época que vive la expectación del final de ETA, desaparece una persona que marcó el término de su razón de ser y que abrió la puerta de salida a quienes militaron en ella con convicciones respetables: luchar contra la represión, no contra la voluntad ciudadana.
Juan María Bandrés ha muerto en el hondo silencio de los personajes dignos y decentes. En parte, también, porque sus últimos años fueron un sinvivir y su nombre permaneció tan callado como su palabra.
Sin embargo, en este día tengo que recordar cuántas veces nos quejamos de que Bandrés, o Mario Onaindía, no concurrieran a las elecciones en las provincias donde nosotros habitábamos. Su discurso, solidario, razonable, fue avasallado en Euskadiko Ezkerra por la corriente emergente, nacionalista, que acabaría en el PNV, mientras ellos ya se habían sumado a las propuestas del cambio posible. Nunca fue lo mismo. Pese a ello, su dignidad y su decencia personal no sucumbió.
Porque le hemos echado de menos en todo este tiempo, hoy podemos decir que seguiremos haciéndolo. El respeto se conquista y, cuando se logra en buena lid, perdura; salvo que quienes dicen profesarlo se muden de sangre o de camisa.

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