Fue verdad, aunque nunca lo sepas

Me gustaría ser capaz de decir algo que te hiciera creer que volverá a lucir el sol en tu ventana y que en la puerta alguien esperará tu abrazo. Me gustaría ser capaz de arrancar una sonrisa de tus ojos nublados, escondidos tras esas gafas de sol que no ocultan el rubor de tus mejillas ni las nubes que esconden las pupilas, húmedas de recuerdos, de sueños, de gente que hoy tal vez no existe.

Me has visto escribir, agachar la mirada, y al pudor le ha vencido una pena que no acierto a descifrar, aunque comprendo. Ya no puedes reprimir el lamento que estremece tus labios afilados y tu vientre de mujer en plenitud de esperanzas.

Volverá a lucir el sol, me gustaría decirte; puedes estar segura, pero me parece justo y bello que reclames el derecho al silencio y al llanto, a esa congoja que desconozco y que, de tan honda como la observo, me entristece y me turba.

No sé quién eres, pero me gustaría decirte que me gustas, sin más expectativas que esperar a que pase este ahogo y a que otro día nos sentemos, frente a frente, en otro tren donde el traqueteo del vagón de clase media acompase el gorgoteo de una risa leve y sutil, tan cierta como hoy tu pena.

Masticas el chicle con los dientes, dejas la boca levemente abierta para recuperar el llanto que pierden tus ojos. Has arrastrado el pulgar por la mejilla para evitar la explosión de un desconsuelo que no podré olvidar, aunque no alcance a explicarlo, aunque solo adivine que quizás la muerte, que también afecta a tus padres, se deslice también sobre el cristal de otro asiento próximo.

Me gustaría llamarte por tu nombre y decirte, no preguntes, que siento tu pena y te deseo venturas próximas, cuando pasen los nubarrones que ahora, en plena sierra, acechan. Pronunciar tu nombre, contarte que me gustaría saber más de ti, sería también decirte que te conozco y que me importas. Por eso me he puesto a escribir en pleno viaje. Para no olvidarte. Para recordar el mal día en que te conocí y hasta qué punto me sedujo el lamento y la ternura con que tratabas de embozarlo.

No soy capaz de decirte nada. No tendré nunca la oportunidad de contarlo. Pero me hubiera gustado robar a tus ojos algunas lágrimas y arrancarles una sonrisa, para abrazarte con la emoción que me has provocado. Quizás así podría conocer tu nombre y nombrarlo. Así sabrías que hoy, desde el asiento de un tren que recorre la distancia que separa Madrid de Salamanca, alguien te quiso.

Fue verdad, aunque no lo sepas nunca.

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