
El que compró el nuevo submarino de la Armada española, el que ratificó el pedido después de que tuvieran que modificar sus dimensiones para conseguir que flotara y el que dio el visto bueno a la corrección ignorando que, una vez alterado el diseño, el armatoste no cabría en el muelle a él destinado… tienen el mismo ADN que aquel hombre preclaro, otro prócer, que decidió asar la manteca.
