
El fiscal vapulea al juez instructor, cuya actuación considera “insólita e insostenible”. Asegura: “En mis 36 años como fiscal jamás había visto una resolución parecida ni en el fondo ni en la forma”. ¿Por qué no se le acusa de prevaricación? ¿Y se le procesa? ¿No se llama Garzón?
El mismo juez forma parte de otro tribunal que juzga al mismo procesado y nadie duda de qué bando estará a la hora de dictar sentencia. ¿Más animadversión o más prevaricación? Todo por ser el valido, palafrenero o mamporrero de otra enemiga del reo que se ha dedicado a mangonear nombres, destinos y desatinos en nombre del progresismo.
Por eso no basta ya con denunciar a esta gentuza. No basta con pedir la actuación de la justicia. Es necesario correrlos a gorrazos: hay que sumar a la indignación el enojo. Porque no sólo ofenden a quienes confiaron en ellos por los valores que supuestamente defendían sino que dejan inermes a la sociedad frente a los bárbaros. Aún más, han ejercido como valedores de la barbarie..
Ejemplo. Gallardón, ministro de Justicia a la sazón, el ámbito profesional en el que demostró su profundo reaccionarismo, decide entregar el Poder Judicial a los propios jueces y el Supremo a los supremos veteranos. Él sabe que, bajo esa asepsia despolitizadora, se garantiza al facherío el control político de la judicatura para los restos, porque hay pocos colectivos más fachas y corporativos y porque la fórmula pretende el descontrol ciudadano.
La corrupción individual se transforma así en corrupción del sistema. ¡Todo un avance! El ministro no debía engañarse ni engañarnos, pero los ciudadanos a estas alturas estamos obligados a responsabilizar de ello a quienes nos dieron gato por liebre y a quienes, para liberarnos del gato, nos entregan a las ratas.
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