Estado de depresión con gabinete de prensa

En 2012, en España, 691.000 parados más y 850.500 trabajos menos. En total, 5.965.400 personas sin empleo, el 26 por ciento de la población activa, pese a que esta, en los últimos tres meses del año, se redujo 176.000 activos.

Cifras, cifras, cifras, se dice siempre en estos casos, que ocultan 5.965.400 dramas personales, por lo menos. Cierto.

Desde hace ya algún tiempo las cosas no se cuentan exactamente así. Los medios de comunicación han conseguido que esas cifras tengas rostro y lágrimas. Y sobre todo, los ciudadanos, ante la magnitud de la catástrofe, han comprobado que el problema no es ajeno ni pertenece al ámbito de la macroeconomía; está en la propia casa y en la de al lado, se observa junto al contenedor en el que se tira la basura y en las colas del comedor junto al colegio de los niños…

En los últimos 50 años –eso creo– no se había vivido una situación económica que afectara en tan alta medida al estado anímico de los ciudadanos. Nunca en ese tiempo una crisis tuvo una carga emocional tan destructiva, al borde de la depresión colectiva, añadida a las incontables depresiones individuales. Vivimos, parece, tiempos de posguerra.

¿Ayuda o complica la situación ese estado de ánimo deprimido? ¿Estimula a la búsqueda de soluciones, a la rebeldía o a la parálisis de la reivindicación carente de expectativas?

Cabe temer que la carga emocional, aun siendo una consecuencia racional y previsible, desborda la dura realidad económica. Quizás el modo en que el mensaje se transmite también repercute en la espiral de la neurosis, que agranda sus círculos a cada impacto, ya sea argumental o emocional, como si ambos fueran fruto de dos realidades superpuestas. Y eso abruma, anonada, desactiva ante lo inevitable y lo imposible. Se acrecienta el llanto que desgasta las fuerzas necesarias para ejercer el poder de la rabia.

¿Son más beligerantes las sociedades impulsadas por la ira del raciocinio que las movidas por la compasión?

Y en esa medida, ¿son los medios de comunicación un acicate a la rebeldía o un estimulador de la lástima?

Tal vez el problema estribe en que la realidad y los mensajes que sobre ella se transmiten redunden en lo irremediable de la situación, en la inevitabilidad de este trance, en la inexistencia de estímulos capaces de transformar pequeñas realidades concretas; en la insoportable levedad del pensamiento que imponen quienes en lugar de transformar la sociedad decidieron gestionarla; bien es cierto que con el beneplácito de casi todos.

En este punto, reconocido lo pasado, no basta el llanto. Tampoco el grito de unos pocos deseosos de protagonizar el enojo de todos.

 

Κρισις

referencias anteriores:

¿Cuándo termina esto: cuando estemos todos calvos?

 

 

Imagen: perro semihundido de Goya 
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