
Día de huelga. En una prestigiosa cadena de radio un prestigioso periodista entrevista a dos prestigiosos tertulianos, periodistas prestigiosos a su vez, y a un economista sin excesivo prestigio pero que decora el escenario virtual ante el que me he sentado, dado que que estoy en plena huelga, inactivo pero atento.
Los periodistas, ya sea el interrogador-opinador o los meros opinadores, hablan o farfullan explicaciones repletas de clichés, más o menos intencionadas, más o menos estúpidas, como corresponde a seres mortales y, en consecuencia, efímeros. El economista trata de argumentar un discurso claro, aunque complejo, relata contradicciones, reconoce problemas y duda de muchas intenciones y de la mayor parte de las soluciones. Los periodistas le rebaten e incluso le descalifican. El buen hombre se defiende, muestra conocimiento, capacidad de análisis y excelentes dotes para divulgar la complejidad y las contradicciones de la realidad donde naufragamos. Los periodistas le agobian más, le interrumpen, le declaran irrelevante e incluso insolvente. El economista se pliega al acoso, corrobora algún estereotipo, le animan, proclama varias obviedades en 140 caracteres, le aplauden, y está casi a punto de adquirir tanto prestigio como sus contertulios.
La despedida, al fin, fue cordial, coherente con el prestigio y el progresismo de la prestigiosa cadena de radio y de los prestigiosos periodistas que habían intervenido, todos tan progresistas.
No pude saber si el susodicho economista, que para colmo intervenía desde una emisora de provincias, acabó rompiendo los cascos o el micrófono contra la pared o se marchó abatido por las calles solitarias en busca del psicoanalista.
Así las cosas… Nos vamos a enterar. Por los… prestigiosos periodistas que nos aleccionan e ilustran. ¡Qué oficio!
