Noviembre 26. Buen vasallo

Al nuevo portavoz de la Iglesia Católica le conocí cuando todavía era responsable de los programas religiosos de TVE. Un personaje accesible y cordial, con el que parecía fácil conversar e inútil negociar; asentía, decía comprender y remitía cualquier decisión a sus superiores, los obispos, siempre prestos a hacerse el sueco cuando se les hablaba de ventajas, privilegios, discriminaciones, distancias entre lo público y lo privado. El negociador no quería molestar o prefería dilatar: para conservar la tajada.

No, a ese personaje no le hubiera entregado mi cartera ni se la voy a entregar, pero no porque albergue el más mínimo temor de que la pudiera robar sino porque estoy seguro de que, antes de nada, consultaría con el peor socio posible; y le haría caso, con una sonrisa sumisa y satisfecha, de hombre orondo.

Ahora sé que es del Opus, aunque pase por cura diocesano; que pertenece al consejo de la Cope, que articulea en La Razón, que está bien considerado entre los ambiguos, porque nunca molestará a los duros; serlo sin parecerlo es la clave de su ambigüedad.

Por eso sus primeras declaraciones tuvieron un tono campechano y un fondo dogmático y, cuando hizo falta, falaz. No dejó de sonreír cuando dijo que la iglesia española no vive del Estado y que los acuerdos sobre la asignatura de Religión son un derecho fundamental y no solo un pacto.

Luego ha afirmado que los obispos no son la patronal, aunque sean su patrón.

– ¡Dios, qué buen vassalo, si oviesse buen señor!

– Se lo cantaron al Mio Cid, no se queje.

 

 

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