
En su tono literario, sabático y exquisito, Antonio Muñoz Molina reflexionaba en El País, en un articulo titulado Todo privado y para ti, sobre la desaparición progresiva de los servicios públicos. Hasta los más perentorios se han vuelto de pago.
Con esa incitación eché mano de mi memoria, concreta y diáfana, para abundar, desde un punto de vista más irónico y prosaico, en algunos casos concretos, todos ellos relativos a la simple y mera necesidad de mear, en lugares tan frecuentados como las estaciones de tren. Por ejemplo, en Chamartín o en Sants, con o sin amnistía, la mera micción cotiza a un euro la unidad. Lo mismo ocurre en otros muchos lugares donde al usuario le puedan surgir la urgencia o las meras ganas.
A falta de un espacio reservado y gratuito en dichas estaciones he visto a algunas personas subirse al tren equivocado. La urgencia las forzaba a introducirse en el primer tren a punto de arrancar con meadero gratuito y, una vez desahogadas y con el convoy en marcha, ya dilucidarían cómo llegar a Valencia tras haberse subido a un vagón rumbo a A Coruña.
Yo mismo me he visto en tan tensa situación. La primera vez pensé en alejarme al fondo del andén para formar, con mi bolso y mi maleta, una barricada tras la que esconderme de las miradas de cuantos aguardaban la apertura de las puertas del convoy estacionado; pero en ese preciso momento otro tren surgió en dirección contraria y confirmó la inutilidad de mi escondite. Como me parecía de mal gusto mear a calzón quitado en pleno andén, me puse a dar unos saltitos ridículos para contener el apremio cada vez más acuciante, a costa de pasar como un bobalicón demandante de cuidados. Ellos desconocían el problema y yo resistí a duras penas.
En otra ocasión, con el convoy estacionado, traté inútilmente de forzar el WC del AVE; un esfuerzo vano porque el acceso solo estaba permitido en pleno viaje. Tuve que implorar a la primera azafata que pasó a mi lado que abriera el portón del aseo para ahorrar males mayores no solo a mí mismo sino también a todos los viajeros. No fue fácil.
A todo eso, en fin, me he visto obligado personalmente para aliviar la urgencia que no pude resolver en la estación… por falta de efectivo.
Ténganlo, lectores, en cuenta. Se pasa muy mal rato. Lo aseguro. Y no siempre se consigue esconder un lamparón en la entrepierna. Avisados quedan.
Antes de viajar, mear.
