Una central nuclear puede ser más peligrosa que la bomba atómica. Hiroshima, la ciudad asolada por los aliados para someter al Japón pronazi, se ha transformado ahora convertida en refugio de quienes escapan despavoridos de Fukushima. El poder destructor del artefacto bélico puede ser sobrepasado por el del ingenio pacífico: el más vil de los engaños en nombre de la necesidad, la utilidad o el progreso. En realidad, los que decidieron arrojar la bomba atómica sobre Nagasaki o Hiroshima adujeron objetivos parecidos. ¡La gran patraña nuclear!
Los embalses hidráulicos revientan y anegan vidas y haciendas. Los molinos eólicos avasallados por el temporal pueden destrozar a personas, animales o cosas por el peso de sus inmensas torres y sus aspas. Un ventarrón salvaje puede convertir un parque solar en artilugio de muerte contra un poblado o un grupo de boy scouts. El petróleo ya nos está consumiendo y matando. Una concatenación de circunstancias puede transformar nuestra dependencia de la energía en causa de desgracias imprevistas. En Fukushima fue un terremoto brutal y un tsunami incontenible. No obstante, sin llegar a esos extremos naturales, el hombre, ser humano, se basta solo; ya sea por maldad o por estupidez. Todos tenemos ejemplos.
