«Loreak». Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, 2014
El segundo largometraje dirigido conjuntamente por Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, después de En 80 días (80 Egunean, 2010), tiene un arranque prometedor. Ane, casada con Ander y al borde de una menopausia prematura, empieza a recibir semanalmente en su domicilio ramos de flores sin remitente ni nota alguna. Ante la irritación del marido, decide ocultarlos y llevárselos a su lugar de trabajo, en una empresa dedicada a la construcción. Cuando Beñat, un compañero al que conocía poco, muere en un accidente de tráfico, las flores dejan de llegar, y entre los efectos personales del difunto aparece una cadenita de oro con el nombre de Ane, que ella había perdido tiempo atrás. Sobrecogida al descubrir ese amor del que nunca supo nada, empieza a llevar flores al punto de la carretera donde falleció Beñat. Y ese detalle –al parecer fue la imagen que suscitó en los directores la idea de hacer la película– despertará las sospechas de su viuda, Lourdes, que siempre ha mantenido pésimas relaciones con su suegra, Tere, quien a su vez entablará una relación cordial con Ane, mientras aquella trata de borrar el recuerdo de su marido, cuyo cadáver se conserva en el depósito de una facultad de Medicina.
Este entramado de coincidencias, algunas demasiado forzadas, podría discurrir con la fluidez de un conjunto de historias pequeñas, familiares, no desprovistas de cierto encanto e interés, si los autores no se empeñaran en dar constantes muestras de una voluntad de estilo tan evidente como molesta: encuadres estudiados y vistosos pero desprovistos de toda capacidad expresiva; cámara en posiciones insólitas, que tampoco aportan nada salvo su pretendida espectacularidad, igual que esa tendencia a colocarla tras la nuca de la protagonista en su deambular, imitando el procedimiento empleado, por ejemplo, por los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne en Rosetta (1999) y más recientemente en Dos días, una noche (Deux jours, une nuit, 2014), pero sin rastro de su eficacia comunicativa; tiempos muertos y sobreimpresiones que parecen querer añadir trascendencia a algo que carece de ella por completo.
Si a esas limitaciones se añade que la mayoría de los personajes, especialmente los femeninos, resultan profundamente antipáticos y están interpretados de forma demasiado rígida y mecánica, perjudicada además por un doblaje penoso, se comprenderá que las flores que ofrece el título y que tan profusamente inundan la pantalla durante algo más de hora y media acaben marchitándose demasiado pronto, y el espectador se desentienda de su significado, salvo por algún giro coyuntural de guion que incorpora momentáneamente cierto interés al conjunto.
A propósito del doblaje, demasiado visible en una película rodada íntegramente en euskera y cuyos títulos de crédito aparecen también y solo en ese idioma, cabría preguntarse, además, qué sentido tiene hacer una película en una lengua tan minoritaria, por muy respetable que sea, para tener que desnaturalizarla inmediatamente después, doblándola al español si se quiere tener unas mínimas posibilidades de acceder al mercado. Salvo que se trate de una imposición de las instituciones públicas y otras entidades que han intervenido en la financiación del filme, en cuyo caso nos encontraríamos ante una nueva injerencia de los intereses políticos más groseros en el ámbito de la cultura, instrumentalizando las creaciones de esta y poniéndolas al servicio de entelequias como la llamada «normalización lingüística» y otros inventos por el estilo.
FICHA TÉCNICA
Dirección: Jon Garaño y Jose Mari Goenaga. Guion: Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga. Fotografía: Javi Agirre Erauso, en color. Montaje: Raúl López. Música: Pascal Gaigne. Intérpretes: Nagore Aranburu (Ane), Itziar Ituño (Lourdes), Itziar Aizpuru (Tere), Josean Bengoetxea (Beñat), Egoitz Lasa (Ander), Ane Gabarain (Jaione), José Ramon Soroiz (Txema), Jox Berasategui (Xesus). Producción: Irusoin y Moriarti Produkzioak (España, 2014). Duración: 99 minutos.
