Sciascia con sentencia al fondo

La sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos interrumpió mi lectura de un librito de Leonardo Sciascia que acaba de publicar Tusquets: Para una memoria futura (Si la memoria tiene futuro). Concluida la lectura, en el contexto de la sentencia y, sobre todo, de la polémica suscitada en torno a ella, he ido entresacando algunos párrafos que me interesaron:

  • “La democracia no es impotente contra la mafia. O mejor, nada hay en su sistema, en sus principios, que necesariamente le impida combatir la mafia, le imponga convivir con ella. Al contrario, tiene en sus manos el instrumento que la tiranía no tiene: el derecho, la ley igual para todos, la balanza de la justicia. Si cambiamos el símbolo de la balanza por el de las esposas –como algunos fanátidos de la antimafia desean en el fondo–, estaremos peridos sin remedio, como ni siquiera el fascismo llegó a estar”. (Pag. 160).
Resultan paradójicas las afirmaciones de algunos políticos españoles, sobre todo del PP, empezando por el ministro de Justicia, archidoloridos por tener que aplicar la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos a la fuerza, sin querer, de mala gana… También se suman al fastidio o la indignación dirigentes del PSOE y otros partidos. Son los mismos a los que se les hincha la boca (o lo que sea) cuando hablan del Estado de Derecho. 
– Si al menos no creyeran en él, como me pasa a mí…
Este tema centra la atención de Leonardo Sciascia en los artículos recogidos en esta última y póstuma publicación. No obstante, también merecen la pena otros comentarios por allí desperdigados.
  • «Yo diría que lo más llamativo y preocupante de la corrupción italiana no reside tanto en el hecho de que se robe de las arcas públicas y privadas, como en el que se robe sin saber qué hacer con lo robado, y de que personas absolutamente mediocres ocupen altos cargos de empresas públicas y privadas. En estas personas, la mediocridad va acompañada de un elemento de manía, de locura, que, cuando gozan del favor de la fortuna, no se les nota sino más que por alguna inocente señal, pero con las primeras dificultades empieza a manifestarse y a crecer hasta que los invade por completo. De esta gente puede decirse lo que decía D’Annunzio de Marinetti: que son necios con algún atisbo de imbecilidad: solo que en el contexto en el que operan la imbecilidad parece –y en cierto sentido y hasta cierto punto es– fantasía. En una sociedad bien ordenada no habrían ido mucho más allá de la categoría y función de “empleados de orden”; en una sociedad en ebullición, en transformación, enseguida habrían sido relegados, al no poder competir con los inteligentes, a la categoría de “caballeros de industria”; en una sociedad que no es sociedad llegan a las cumbres y allí siguen mientras el contexto mismo que los ha producido no se los trague de nuevo” (Pgs. 34-35).
  • “No creo que el mundo de la inteligencia pueda reducirse a aquellos que se dedican al papel impreso u otros medios de comunicación, y prueba de ello es, creo, el hecho, verificable cada día, de que muchos que escriben libros o artículos no son mínimamente capaces de leer la realidad, de entenderla, de formarse un juicio de ella. Conozco a personas de supina necedad que hallan abiertas las puertas de editoriales y periódicos, y me temo que deestos hay sueltos por nuestro país más de cuantos una sociedad bien ordenada puede soportar sin irse a pique”. (Pg.70).
  • “Nada menos oportuno aquí que la expresión “Dejar para mejor momento”. Si se deja para luego, se deja para peor momento. El tiempo no arreglará estos problemas, solo puede agravarlos”. (Pg.85).

 

 

Artículo anteriorLa televisión no engaña siempre
Artículo siguientePara entendernos después de los errores