
El Rey habla de no sé qué milongas: “con generosidad para ceder cuando es preciso, para comprender las razones del otro y para hacer del diálogo el método de solución de los problemas colectivos”.
Recuerdo haber leído en El País, hace pocos días, un artículo de José Álvarez Junco, Los malos usos de la historia, y otro de Fernando Savater, La lección sádica. Y saco mis propias inconclusiones:
¿Qué nos importa más: la clase que compartimos o el lugar donde amanecimos?
¿Puede un lugar hacernos olvidar que somos de muchos lugares y de mucha gente?
