«La profesora de Historia». Marie-Castille Mention-Schaar, 2014
Dicen que el joven Ahmed Dramé escribió un guion basado en sus experiencias escolares y se lo ofreció a la directora Marie-Castille Mention-Schaar –Ma première fois y Bowling (2012)–, que lo aceptó encantada. No consta si esta modificó mucho o poco el texto original, pero puede que en ese origen esté la explicación de la fastidiosa ingenuidad biempensante que lastra el desenlace de una historia iniciada de forma apasionante y desarrollada con notable vigor narrativo hasta que se desliza por la pendiente de un sentimentalismo triunfalista que muy poco tiene que ver con el punto de partida.
Habrá que repetir una vez más, dado el origen real de la historia que cuentan Mention- Schaar y Dramé –quien interpreta también, por cierto y de manera convincente, el papel del estudiante africano Malik–, que en cine lo que importa no es que un argumento sea verdad o no, sino cómo está construido, para que resulte verosímil a quien lo contempla, con independencia de su fidelidad a unos hechos que este no podrá comprobar jamás.
La acción de La profesora de Historia –título español demasiado obvio, y por tanto innecesario, que sustituye al más sugerente y explicativo original: Los herederos– tiene lugar en el Instituto Léon Blum de la ciudad de Créteil, en la periferia parisina. Es un centro donde confluyen alumnos de numerosas etnias y más de veinte procedencias diferentes, lo que da lugar a constantes conflictos y enfrentamientos entre los estudiantes y de estos con los profesores, en un clima poco propicio para la enseñanza y el aprendizaje. En especial de la materia que imparte la profesora Anne Gueguen –personaje extraído también de la realidad y magistralmente encarnado por Ariane Ascaride, compañera y actriz habitual del maestro del realismo social Robert Guédiguian–, porque es muy difícil interesar a esos jóvenes por un pasado que les resulta absolutamente indiferente.
Hasta que a Anne Gueguen se le ocurre inscribir a los integrantes del más incontrolable de sus grupos en un concurso nacional que tiene como tema de estudio la situación de los niños y adolescentes en los campos de concentración nazis. Huelga decir que los interfectos no tienen el menor interés en el asunto, ni saben en qué consistió aquello o manejan dos o tres tópicos inservibles. Pero la constancia de la enseñante, la ayuda de su compañera Yvette y la participación de un superviviente de aquella atrocidad consiguen, como por arte de magia, que todos se apasionen con el asunto, incluyendo a la alumna más rebelde, que –trampa ridícula– es también la más atractiva, e incluso al más violento de todos, que –mensaje deslizado de forma casi obscena– es un converso al islamismo.
De manera que lo que empezó pareciéndose a la tan excelente como poco conocida Piratas y libélulas (2013), de Isabel de Ocampo, donde una docente de un centro situado en el no menos conflictivo barrio sevillano de las Tres Mil Viviendas logra implicar a sus alumnos en el montaje y representación de una singular versión del Romeo y Julieta shakespeariano, acaba convertido en una orgía lacrimógena –aunque solo lloran las chicas, por supuesto–, en la peor línea del «tó er mundo é güeno» porque sí, porque así lo han decidido un guionista que se supone reflejaba lo que vivió y una cineasta convencida de que arreglar el mundo es cuestión de buenos sentimientos.
Por el camino quedan, además, varias ideas bastante discutibles, como el debate, introducido con calzador, sobre si el problema actual entre israelíes y palestinos puede considerarse genocidio o no, concluyendo que no porque, según las profesoras, aquellos no tienen la voluntad expresa de exterminar a estos… O la utilización de una tragedia histórica tan inapelable como el Holocausto para ponerla al servicio de una visión actual de realidades muy diferentes, aprovechando para ello la autoridad moral de quienes inician a los jóvenes en el conocimiento del pasado reciente, del que se supone que son herederos directos, por más que aquí solo importe comprobar cómo unos chicos rebeldes y hostiles a cualquier sentido del orden se transmutan en dóciles y entusiastas valedores de los principios establecidos en una sociedad radicalmente injusta.
FICHA TÉCNICA
Título original: «Les héritiers». Dirección: Marie-Castille Mention-Schaar. Guion: Marie-Castille Mention-Schaar y Ahmed Dramé. Fotografía: Myriam Vinocour, en color. Montaje: Benoît Quinon. Música: Ludovico Einaudi. Intérpretes: Ariane Ascaride (Anne Gueguen), Ahmed Dramé (Malik), Noémi Merlant (Mélanie), Geneviève Mnich (Yvette), Stéphane Bak (Max), Aïmen Derriachi (Saïd), Naomi Amarger (Julie). Producción: Loma Nasha, Vendredi Film, UGC, France 2 Cinéma (Francia, 2014). Duración: 105 minutos.
