Un contradiós que entretiene y distrae

 

La monarquía proviene de Dios: el pueblo elegido, la familia elegida, la persona elegida. El poder procede de Dios. Ese es su fundamento.

No se trata de un anacronismo, porque haberlas haylas y algunas incluso presumen de modernas, pero sí de una aberración. El poder solo puede proceder de los ciudadanos.

Para remediar el absurdo han querido inventar la monarquía constitucional o parlamentaria, adjetivos para aliviar el sustantivo: un rey supeditado a la voluntad popular; es decir, Dios bajo control. Una aberración o, mejor dicho –y no solo porque lo haya escrito Juan José Millás–, un contradiós.

Sin embargo, le doy la razón a Soledad Gallego Díaz. El debate sobre la monarquía no es, en este momento, una prioridad. Tal vez porque, como explica el propio Millás, vivimos un tiempo en el que la Historia pretende aniquilar la historia que sufren los ciudadanos cada día. Y esta es la historia que apremia.

Este esencialismo, como otros, pueden ser, ante tanta urgencia, apenas una distracción.

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