
Sólo en política el ser humano es capaz de darse patadas en su propio culo. Mejor, no sé si sólo en este ámbito, pero en política, desde luego, se dan; no cabe la menor duda. Y además, sin remedio.
¿Cómo castiga un ciudadano al dirigente o al partido que no cumple, si de ese modo se favorece a otro que actuará de manera aún más contraria para los intereses de ese mismo ciudadano? ¿Está ese ciudadano condenado a aceptar permanentemente el mar menor? ¿O se le debe alentar a que confíe en la historia, con la misma convicción salvífica con la que otros confían en el mercado o en la bondad natural del ser humano?
Bonito dilema irrelevante. Cada paso en el devenir de los procesos políticos deja efectos, al menos de medio plazo. La sociedad evoluciona, pero la acción política condiciona esa evolución. Es decir, cada paso tiene repercusión, sobre todo si, más allá de lo concreto, del análisis de un determinado periodo, coincide con las corrientes subyacentes desde un punto de vista ideológico y sociológico, mucho más decisivas que un resultado electoral.
La asunción de valores claramente individualistas, que culminan con el triunfo del mercado (es decir, el capitalismo desregulado) como ideología dominante, es un hecho que se acepta como inapelable. La deriva individualista e insolidaria que nos asola, y que muchas veces se infiltra a través de eufemismos que ya no se discuten, relega el objetivo de la igualdad. La sociedad lo asume. De hecho, sólo la combinación de situaciones extremas y estructuras políticas carentes de instrumentos para aliviar las tensiones sociales –una mezcla de miseria y dictadura– alienta reacciones desesperadas, con apariencia de revolucionarias (caso reciente de los países árabes). En el resto de los casos, las sociedades afectadas aceptan la desigualdad sostenible sin poner en peligro la estabilidad de quienes realmente las controlan y dirigen más allá de la política.
La izquierda se ha quedado sin rumbo y –salvo una reacción que hoy se antoja, si posible, muy lejana– y sin otro sentido que la resistencia para conservar los símbolos de un tiempo en el que se alentaron objetivos y esperanzas solidarias. Confiar en un cambio de trayectoria, política y social, requiere, como mínimo, afrontar esta situación y buscar un nuevo proyecto en el que, desde las condiciones de la realidad, se enfrente a los nuevos paradigmas para transformar las condiciones de vida y las expectativas de quienes cuentan con menos recursos.
Por eso, en este tiempo de crisis general y particular, hay que esperar de los dirigentes socialistas una actitud que trate de orientar permanentemente sobre el sentido de su propuesta política: más que resucitar viejos tópicos irrelevantes en la sociedad actual, antes que aceptar implícitamente el papel de la socialdemocracia como un protector gástrico del sistema que imponen los mercados, en lugar de someterse sin escrúpulos a las leyes inexorables de la única política (decir política económica es una redundancia, porque en ésta se decide la acción política al completo).
En lugar de aceptar ese papel secundario, como atemperadores de la barbarie, y dado que el ser humano a veces necesita darse patadas en su propio culo, se requiere un nuevo afán.
Con el deseo de encontrar un halito de esperanza en esa dirección me predispongo a escuchar el discurso de este Comité Federal con el que se abrirá, dicen, un nuevo período para el partido socialista. ¿Conseguirán que en el futuro muchos ciudadanos no se sientan obligados a darse más patadas en su culo?
