
La sanidad madrileña ha pasado en los últimos años por cada mano… O mejor, para no culpar a las extremidades, que siempre son periféricas, quienes han gobernado la Comunidad han promovido una sanidad perversa… de mente.
La salud de sus conciudadanos era, sin duda, su prioridad. Por ello eligieron a los mejor dotados de mentes y manos de la casa pepera: Juan José Güemes, Manuel Lamela, Javier Fernández Lasquety y, ahora, Javier Rodríguez. Póker de ases.
¿Ha habido en España una consejería que haya concitado tantas y tan variopintas peticiones de dimisión, tanto enojo, tanta indignación?
La última hazaña no es una barbaridad, sino una ignominia.
Pero no, Javier Rodríguez no debe dimitir.
Primera razón, para que nadie olvide la infamia vertida contra la víctima del ébola, el virus que ellos importaron sin saber cómo evitar su propagación.
Segunda razón, porque la culpa no es suya, sino de quienes eligieron y consintieron para ese cargo a un perfecto imbécil.
(Que nadie se alarme: cualquier persona afectada por “una minusvalía intelectual originada por ciertas disfunciones hormonales” es digna de respeto, pero ese respeto no lo pueden reclamar quienes la colocaron al frente de una responsabilidad que afecta no solo a la vida y a la muerte de los ciudadanos sino a su dignidad).
– Si dijera lo que pienso, tal vez acabaría en la cárcel.
– ¿Y él no?
Si la imbecilidad fuera provocada por un virus, la Comunidad de Madrid sería, ahora mismo, toda ella, un centro masivo de aislamiento y estaría prohibido asomarse a las vallas sin desinfectarse, antes y después, de manos y de mentes.
(Que nadie olvide que a este consejero de Sanidad en la última celebración de la Paloma solo se le ocurrió implorar a la virgen, porque «pidiendo salud para todos los madrileños, todos estaremos bien y además ahorraremos dinero a las arcas, porque no habrá que gastar para tratar a las personas». Y no era de cachondeo. Ya era de mente).
