
La transparencia ha venido gracias a un portal. Como la Navidad.
Los medios lo han acogido con entusiasmo y el secretario de Estado de Relaciones con las Cortes de la Presidencia del Gobierno, que es hombre, por lo que sé, acostumbrado al segundo plano, se ha podido lucir, por una vez, a gusto…
El problema es que los datos no garantizan la transparencia.
Bastó ver las portadas del día siguiente: curiosidades, chismes, anécdotas irrelevantes, ningún elemento hasta ahora que nos haga aproximarnos a la realidad más profunda de la administración que padecemos y/o disfrutamos.
Medio millón de datos son pocos, pero dan para mucho: sobre todo, para esconder, para disimular, para entorpecer. Hasta ahora este portal y en estos días no da ni para la vaca ni para el burro. Una filfa, porque los datos son así: un buen instrumento para desorientar y confundir a quienes creen que ellos nos salvarán. De la corrupción, los manejos del poder o las interpretaciones espurias de la realidad.
Sin datos no hay salvación, pero solo con datos, tampoco. Y lo que falta es lo más difícil.
