
La presión sobre los nuevos gobiernos municipales roza el asedio. La que se ejerce, en concreto, sobre el Ayuntamiento de Madrid, sobre la corporación que preside Manuela Carmena, resulta atosigante.
¿Por qué ese empeño? ¿Simplemente para desprestigiar al advenedizo? ¿Para que los ciudadanos no puedan percibir las aportaciones de una nueva manera de entender lo público? ¿Para impedir, en definitiva, la articulación de una propuesta política diferente de lo anterior?
A nadie se le exigió más en tan poco tiempo. A nadie se le buscaron errores con tanto ahínco. A nadie se le magnificaron fallos tan menudos que ni siquiera lo eran. Y sin embargo los asediadores han conseguido convencer a muchos de las culpas del consistorio, de la inexperiencia del equipo de gobierno, de las sucesivas rectificaciones a las que los críticos han obligado a esta corporación novel presidida por una septuagenaria.
Lo último, la rectificación o la marcha atrás (de fondo o de matiz) sobre la versión original que el Ayuntamiento madrileño trató de reivindicar contra los poderes fácticos que no cejan. Nada de esto era necesario.
La lideresa pirómana e incombustible Esperanza Aguirre ha acusado a Manuela Carmena de totalitarismo por el uso de un blog. Ella, la responsable última de la desvergüenza de Telemadrid, la manipuladora a la que rendía cuentas un director general de la cadena que había sido su jefe de gabinete. Una descalificación, por tanto, irrelevante.
Lo más peligroso y falaz llegó por parte de los medios de comunicación, incluida la Asociación de la Prensa de Madrid, corporativa y endogámica. También por parte de un dirigente socialista, dispuesto a ejercer de árbitro y a desfacer entuertos en beneficio de sus más mezquinos intereses: el aplauso inmediato de los lobbies.
Frente a tiburones, reptiles, numerosos mamíferos carniceros y algunas aves carroñeras Manuela Carmena parece dispuesta a ejercer de abuelita de Blancanieves.
