La metáfora del cinturón enarbolado

Al presidente de la Asociación de la Prensa de Granada, una organización concebida como instrumento de defensa del periodismo y de sus profesionales, se le fue la pinza. ¿O simplemente se encontró en una situación que le llevó a exhibir espontánea y transparentemente sus más sólidas certezas?
Andaba él presidiendo un acto en favor del buen entendimiento entre españoles e israelíes, cuando una protesta propalestina le hizo enmudecer y, al cabo de un rato, perder la chaveta (o encontrarla, porque no siempre las chavetas son como deben ser).
El caso es que, ofendido por la queja de una joven con su bandera blanca, verde y negra, se desabrochó el cinturón, lo enarboló a modo de honda y se fue en busca de la protestante dispuesto a medirla de cuerpo entero.
Pocas secuencias más patéticas: tan provocadora ésta de indignación como de burla, de repulsa como de desprecio, del grito y de la carcajada.
Se sentó cariacontecido, recuperó la cincha del suelo y, mientras algunos propios le consolaban, se adosó el cinturón a la barriga. Luego dimitió. Era igual. Él mismo había cavado su ridículo.
¿Y qué importa eso?
La historia no se decide por un imbécil de más o uno de menos. Al periodismo lo condenan sus protagonistas en conjunto. Por ejemplo, cuando eligen para que les represente a tipos como éste. Pero ese problema, visto lo que hay, ni siquiera se resuelve con… azotes.
Es otra la cosa.

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