
«Crónicas diplomáticas. Quai d’Orsay». Bertrand Tavernier, 2013
Otro veterano maestro del cine europeo que sigue en plena actividad. Si hace unos días hablábamos del británico Stephen Frears (73 años) y su Philomena, ahora llega el turno del francés Bertrand Tavernier (dos meses mayor), con más de veinte largometrajes en su haber desde que debutó en 1974 con El relojero de Saint Paul, y entre los que figuran piezas claves del panorama cinematográfico contemporáneo tan variadas como El juez y el asesino (1976), La muerte en directo (1980), Alrededor de la medianoche (1986), Ley 627 (1992), La carnaza (1995), Capitán Conan (1996) y Hoy empieza todo (1999).
Experto en cine de carácter histórico, social, político, policiaco, musical-jazzístico, sobre educación, medios de comunicación y otros muchos temas, siempre con una visión crítica frente al mundo en el que nos movemos, Tavernier se orienta en esta ocasión hacia la comedia. Comedia suave en las formas y no tan ácida en el fondo como quizá cabía esperar, para componer una sátira del funcionamiento de los gabinetes ministeriales y por extensión de las instituciones públicas. Partiendo del caso concreto del ministerio francés de Asuntos Exteriores, con sede en el espacio que da título original a la película, y con alusiones bastante directas a Dominique de Villepin, que ocupó esa cartera entre los años 2002 y 2004, pero aplicable a la política general de las democracias actuales.
Con un guion escrito junto a los autores del cómic en que se basa el filme, Tavernier describe pormenorizadamente esos parques zoológicos que son los gabinetes de asesores de cualquier ministro, director general, presidente de Comunidad Autónoma, diputación provincial y hasta ayuntamiento que se precie: un heterogéneo conjunto de supuestos expertos en las más diversas materias, que difícilmente se soportan entre sí y andan todo el día a codazos, que adulan a un jefe a quien en realidad consideran inferior a ellos en sabiduría y experiencia, y que actúan como férreos comisarios políticos sobre los demás subordinados, funcionarios o no, a los que suelen despreciar con independencia de que sean más o menos eficaces, generando con ello nuevos enfrentamientos en unos organismos teóricamente dedicados a servir a los ciudadanos que los mantienen con sus impuestos.
La película estructura narrativamente su descripción de ese peculiar microcosmos a través de la figura del joven Arthur Vlaminck, que acaba de ser contratado casi clandestinamente –para no sobrepasar los ya de por sí amplios límites que las leyes imponen a ese tipo de contrataciones a dedo y muchas veces por puro enchufe– para que se encargue «del lenguaje», es decir, de redactar los discursos de Alexandre Taillard de Worms, ministro francés de Asuntos Exteriores en la época de la guerra de Irak, los sangrientos conflictos en África subsahariana y otros muchos enfrentamientos internacionales.
También Alexandre es un personaje paradigmático: ególatra, aparentemente seguro de sí mismo pero capaz de cambiar de opinión a la menor insinuación o capricho, amante de las expresiones huecas y altisonantes, que dispara sobre sus colaboradores con ritmo tan frenético como absurdo y sin más convicciones que su propio valor y su ambición de llegar al techo del mundo caiga quien caiga.
De la mano del estupefacto Arthur, el espectador va conociendo los entresijos de la alta política, a un ritmo sostenido y que conserva ciertos guiños al cómic original –ese revuelo de papeles que anuncia la llegada del jefe, esas pantallas partidas para hacer más ridículas las posiciones de los distintos personajes–, pero que puede dejar cierto poso de insatisfacción al detenerse demasiado en situaciones ya esbozadas con acierto y al culminar el relato de una forma irónica pero no tan drástica como todo el desarrollo anterior podía hacer esperar.
Sin llegar a ser una obra redonda, a la altura de otras de su autor, Crónicas diplomáticas. Quai d’Orsay es un ejemplo válido de ese sector cada día menos nutrido del cine europeo que sigue trabajando a ras de tierra, de la realidad cotidiana que sufren los espectadores, en vez de empeñarse, como la mayoría, en explotar las fórmulas trilladas del cine estadounidense y en conseguir grandes éxitos de taquilla a base de efectos especiales, multidimensiones y otras fruslerías.
FICHA TÉCNICA
Título original: «Quai d’Orsay». Dirección: Bertrand Tavernier. Guion: Bertrand Tavernier, Christophe Blain y Abel Lanzac, sobre el cómic homónimo. Fotografía: Jérôme Alméras, en color. Montaje: Guy Lecorne. Música: Philippe Sarde. Intérpretes: Thierry Lhermitte (Alexandre Taillard de Worms), Raphaël Personnaz (Arthur Vlaminck), Niels Arestrup (Claude Maupas), Bruno Rafaelli (Stéphane Cahut), Julie Gayet (Valérie Dumontheil), Anaïs Demoustier (Marina), Thomas Chabrol (Sylvain Marquet), Thierry Frémont (Guillaume van Effentem). Producción: Little Bear, Pathé, France 2 Cinéma, CN2 Productions (Francia, 2013). Duración: 113 minutos.
