Rajoy se esconde o huye cada vez que atisba una pregunta por más que se la hayan anunciado e incluso escrito la respuesta. ¿No es este un motivo suficiente para negarle a un político cualquier confianza? ¿Cómo es posible que acepten tal actitud los ciudadanos a quienes representa? ¿Cómo es posible que los medios de comunicación no sancionen a quien desprecia su razón de ser: el derecho de los ciudadanos a la información, y al respeto?
¿Es más leve esta ocultación o fuga que estampar una tarta de merengue en la cara de una política? Quizás esta payasada, en el mejor sentido, ofenda a algunos, pero no me parece más grave. No existe mayor abuso de poder y no hay mayor desprecio que el que se ejerce desde la superioridad o la prepotencia. Y desde luego no merecería menor sanción que la dada a los del tartazo: dos años de prisión.
Y hay días, ayer fue uno, en los que, frente a ese desprecio mariano, se eleva, por comparación, la figura de otro político que proclamó con sus actitudes el respeto al ciudadano: a la controversia y a la discrepancia. No podía ser perfecto: y así, cuando ZP siente la necesidad de defenderse, se obliga a contradecirse y, en ese momento, posterga el respeto al ciudadano frente a otras obligaciones, espurias porque fueron impuestas desde fuera.
