Antes del parto de la ley Wert, se debate la ley Fernández, que precederá a la ley Gallardón, que a su vez…
¡Qué desgracia! ¡Cuánto meritorio!
Lo que se hizo pasito a pasito, con una lentitud exasperante, se retrocede de un salto único y hacia atrás: señal de que no se había avanzado mucho, de que el atletismo político conduce al absurdo (correr de culo) y porque el cerebro colectivo puede hacerse reversible.
Ahora se pone en cuestión la ley de protección de la seguridad ciudadana. Había en ella tanto despropósito que ya ha sufrido un lifting en su primer paso desde el ministerio al consejo de ministros. Los subsecretarios le han aplicado el photoshop, para rebajar las deformaciones provenientes de otros tiempos e incluso algunas flatulencias, pero sigue hediendo, y no a ámbar.
No se puede insultar a las fuerzas del orden. Una diputada sí le puede decir a varios millones de ciudadanos “¡que se jodan”, un dirigente puede elogiar el fascismo, un condenado por corrupción puede seguir como gestor de asuntos públicos, un presidente del Gobierno puede responder “llueve mucho”.
No se puede ejercer la prostitución cerca de una escuela. Sí se puede instalar una comisaría de Mossos (de otro cuerpo policial, porque todos tienen antecedentes), un banco, la tesorería de algún partido político, una televisión pública o un despacho digno de Wert.
No se pueden realizar manifestaciones ante determinadas instituciones. En esto, de acuerdo, aunque cabría una redacción más clara: no hay que molestar a sus señorías, salvo que sus señorías molesten a los manifestantes. Y asunto arreglado: todos a la calle. Que ya es hora.
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No se puede bajar la guardia. En estos tiempos no cabe la benevolencia. Basta un días de condescendencia para que el siguiente lo sea de rectificación.
El político respetuoso se transforma en vendemotos. El que se vio obligado a hacer lo que detestaba –por eso rehusó los consejos de algún próximo– considera que en realidad hizo lo que debía, aunque fuera lo contrario de lo que había hecho antes y lo que algún próximo le había recomendado.
O sea, ZP ha decidido hacerse inexplicable.
Para colmo en una entrevista le preguntan cuál ha sido el mayor error del Gobierno de Rajoy. Responde: la supresión de la asignatura de Educación para la ciudadanía.
¿No será peor suprimir la educación y, aún más, la ciudadanía? ¿La negación de la acción política (la argumentación y el debate) y, sobre todo, el empeño en consolidar el poder de quienes todo pudieron? ¿O haber convertido el comedor el basurero?
Aunque a veces se añore el talante (o el respeto), hay otras muchas en las que el talante es cómplice (de la falta de respeto).
