
«Tiempo suspendido». Natalia Bruschtein, 2015
Ha pasado sin demasiada repercusión por la sección Tiempo de Historia de la Semana Internacional de Cine de Valladolid un documental de tema argentino y producción mexicana que merece gran atención y debería ser adquirido por alguna distribuidora española, o en su defecto por una cadena de televisión, para que llegase a la mayor cantidad de público posible.
Su realizadora, Natalia Bruchstein, debutante en la dirección de largometrajes después de haberse titulado en el Centro de Capacitación Cinematográfica y haber trabajado como técnica de sonido y montadora, es nieta de la anciana Laura Bonaparte, protagonista absoluta del filme, que a sus ochenta y seis años ha perdido la memoria y naufraga suavemente entre las brumas del olvido. Y el primer gran acierto de la autora consiste en haber sabido unir de forma tan sutil y matizada como indisoluble el tema de la memoria individual con el de la colectiva, la llamada «memoria histórica», que afecta a tantas sociedades que, como la nuestra y la argentina, han padecido épocas de represión brutal de las libertades, de torturas en masa y desapariciones nunca aclaradas, aunque se sepa que muchas de ellas no fueron sino formas particularmente crueles de asesinato.
Porque Laura, psicóloga de profesión, activa militante política desde sus años jóvenes, exiliada durante algún tiempo en México por motivos de seguridad e integrante de la línea fundadora de las Madres de Mayo, vio cómo «desaparecían» –término que ella rechaza porque suaviza de algún modo y enmascara la realidad que se oculta tras él– su exmarido y hasta tres de sus hijos, con sus correspondientes parejas en algunos casos. Y es estremecedor contemplar la forma en que, a instancias de su nieta, que después de investigar a fondo ese pasado le cita pasajes importantes de su vida y le muestra fotografías de esos seres queridos, se le quiebra la sonrisa al murmurar un repentino «No me acuerdo», que muestra por sí solo y a las claras la tragedia histórica que estamos rememorando, unida en este caso concreto a la pérdida de la memoria individual. Para desembocar en un momento extraordinario, cuando, ya casi al final, la anciana da a entender –sin abandonar la expresión afable que exhibe casi permanentemente– que, vivido lo que ha tenido que vivir, quizá no sea tan malo haber perdido la posibilidad de recordarlo…
Todo esto y mucho más –la estancia de la protagonista en una residencia, sus salidas para asistir a fiestas y reuniones con familiares a los que apenas logra identificar y otros fragmentos de su vida cotidiana, así como entrevistas en películas domésticas y otras grabaciones audiovisuales de sus años de militancia– queda recogido en la pantalla con exquisita discreción por parte de Natalia Bruchstein, que no trata de imponerse sobre los hechos, ni sobre la figura central de su abuela, ni de conducir la narración documental hacia un desenlace predeterminado. Simplemente mostrar, con toda la fuerza de unas imágenes y unos sonidos captados en vivo, sin gran aparato de medios técnicos pero con eficacia y con un montaje inteligente y sugestivo, una parte fundamental y particularmente trágica de la historia de Argentina –compartida por otros países víctimas en su momento de distintas dictaduras militares–, haciendo memoria viva para que esa historia no quede sepultada en el pasado y vinculándola eficazmente con la pérdida de la memoria individual, por parte de una de las protagonistas de aquella. Ese tiempo doblemente suspendido, simbolizado en unas ramas desgajadas que flotan mansamente sobre las aguas ahora tranquilas de un río inmenso que quizá en su día recibió y sirvió para esconder tantos cuerpos torturados.
Tiempo suspendido recuerda así, en más de un aspecto, la no menos dramática peripecia sufrida también en la realidad por otras muchas personas, y entre ellas la ya desaparecida Esperanza Labrador, nacida en Cuba, criada en España y establecida en Argentina, donde le arrebataron a su marido, dos hijos y la esposa de uno de ellos. Indomable luchadora hasta el fin de sus días y estrecha colaboradora del juez Baltasar Garzón en el intento de procesar a los dictadores militares, su vida fue novelada con gran acierto por Jesús M. Santos en el libro Esperanza, publicado por Roca Editorial en 2011 y que sin duda merece verse trasladado a una película. A falta de ello hasta el momento, la de Natalia Bruchstein aborda esos temas con tanta inteligencia como sensibilidad. Y pasa a formar parte por derecho propio de ese cine que quedará para siempre como testimonio vivo de unos acontecimientos reales que jamás deben olvidarse.
FICHA TÉCNICA
Dirección y Guion: Natalia Bruchstein Erenberg. Fotografía: Mariana Ochoa, en color. Montaje: Valentina Leduc y Natalia Bruchstein. Música: Alejandro Castaños. Intervienen: Laura Bonaparte, Camilo, Luis y Natalia Bruchstein, Paula Varela, Carmela y Victoria Ginzberg, Alejandro Ester. Producción: Centro de Capacitación Cinematográfica, Foprocine, Conaculta (México y Argentina, 2015). Duración: 68 minutos.
Más información en programadoble.com, el blog de Juan Antonio Pérez Millán.
