
En una semana las nuevas elecciones serán historia y la incertidumbre se centrará en lo que a partir de entonces habrá de llegar. En ese momento mirar atrás lo que pudo ser y no fue resultará inútil, será en vano. Sobre todo, porque no hubo nunca una campaña electoral más banal. ¿Qué se puede esperar de quién? ¿Qué se podrá exigir a quién? De todos los programas sólo quedará el recuerdo del que se hizo copiando a Ikea.
Ahora mismo, a siete días del cierre de los colegios electorales, a cinco del final de campaña, da vergüenza analizar este proceso y saberse ciudadano en la obligación de votar sin saber qué cosa. Saber sólo que nada se podrá exigir a quienes a nada se comprometieron. Con la aquiescencia de todos; en particular, de los medios.
Estábamos a otra cosa. Ensimismados, hartos, paralizados de hastío. Sólo los que responden a la trompetería han encontrado estímulos para sentirse optimistas.
O quizás no sea verdad, pero es tan grande la decepción que invita a deprimirse antes de tiempo.
