Los altavoces no le sientan bien al libro

Día del Libro. A través de los altavoces instalados en la torre del ayuntamiento, los escolares, empezando por los de primero de primaria, van leyendo párrafos de El Quijote. Los parlantes, como dicen los latinoamericanos, chirrían y distorsionan las voces apocadas de los críos. La lectura se torna ruido. Quizás a los chavales les estimule el sentirse reconocidos en todos los confines de su mundo y admirados por los propios familiares y vecinos. Puede que eso les anime a seguir leyendo, tal vez a Harry Potter. Cabe la posibilidad de que algún adulto decida emular a los chiquillos para ver si de ese modo entiende el castellano cervantino. Y puede ocurrir que el paseante bucólico, el que recorre ante mí la ribera del río, emprenda la fuga hacia el silencio. Todo sea por el fomento de la lectura. Si esto se hace en el Congreso de los diputados con la Constitución o en el Círculo de Bellas Artes con El Quijote, por qué negárselo a los balbucientes muchachos de este pueblo en calma. Tienen más derecho que nadie. Aunque moleste el ruido de los altavoces saturados.

En realidad no he entendido nada y por eso todo lo escrito responde a la imaginación; la confusión de ruidos y sonidos apenas permite distinguir el rumor del eco. Hasta el justo momento en que los altavoces callan. Entonces retomo mi lectura. Estoy con Asa Larsson, algo sencillo, con acción, para no perderme entre tanto barullo pretendidamente ilustrado. De repente, el megáfono municipal ecualiza las palabras, domina las frecuencias y emite nuevas voces, ahora irregulares, más maduras, que en unos casos cuentan lo que leen y en otras tropiezan con palabras que apenas interpretan. En todo caso, advierto que a nadie se le había ocurrido, salvo a mí, que las lecturas iniciáticas fueran de El Quijote. Con la nueva armonía distingo pequeñas historias que hablan de flores que hablan, de objetos que hablan, de seres irreales que hablan, de cuentos que cuentan los niños. Y que en algunos momentos se aprecia ese punto de cursilería que se adhiere a las supuestas lecturas infantiles.

No hay manera celebrar el día del libro sin crítica. Debe ser por influencia de Vargas Llosa, al que he escuchado minutos antes, a través de la radio, una defensa encendida de la lectura: porque estimula la actitud crítica. Y estando tan de acuerdo no podía por menos que explicar a todos mi afán lector en este día del libro. Sin rosa.

¿Justifica esa ausencia este dislate?

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