Lo dijo Cospedal con más prisa que pausa. Lo dice ahora, para que lo oigan otros antes que él, el presidente Fabra.
Camps es inocente, que pidan perdón los acusadores. Claman los que siempre gritaron, aunque a media voz.
Nadie se dará por aludido, porque después de haber escuchado lo que dijeron el propio Camps y sus amiguitos, todos hemos perdido la vergüenza. Sobre todo, la ajena. Unos ya carecían de ella, otros nos damos a la homeopatía… para prevenir lo que venga. No se podía imaginar un rubor tan desmedido.
Sin embargo, existe una posibilidad de resarcir a Camps del atropello. Cospedal, Fabra y el propio Rajoy deberían ratificarle al frente de la Generalitat valenciana. Los valencianos lo quisieron de manera inequívoca. Fueron sus compañeros quienes le hicieron la cama dejándole en pijama.
Recuperada la dignidad de los trajes impagados o inexistentes o colgados en armarios de paraísos fiscales, que vuelva Camps. A fin de cuentas ya no les va a arruinar más. Ni en las cuentas ni en la decencia.
Por otra vía
La vida política y mediática transcurre a golpe de tópicos. Hoy le toca el turno al deber democrático de acatar las sentencias, aunque quepan la disensión matizada o la discrepancia argumentada.
Acatar: tributar homenaje, aceptar con sumisión, considerar bien… ¿Esta sentencia y otras que vinieron o vendrán?
Ni de coña. En este caso, como en cualquier otro, cuando ya no cabe recurso o remedio, la sentencia se impone y, a los que no les gusta, o se aguantan o se acuerdan de la madre del juez o se echan al monte.
Como la primera opción de esta terna puede resultar un punto repugnante, los interesados pueden optar por la casilla dos o la tres. Pero acatar, acatar… no se contempla.
En todo caso, los que tanto insisten en lo de acatar la sentencia, que rebobinen. ¿O es que también les da vergüenza? En estos asuntos el optimismo es bobería.
