
“Estoy sentado en una terminal del aeropuerto Charles de Gaulle de París, miro alrededor y solo veo zombis”. Lo dice Jean Michel Jarre, uno de los pioneros de la música electrónica.
Sigue: “Míralos, concentrados en sus móviles, sin hablar con nadie, pensando que están conectados al mundo cuando en realidad están solos”.
Concluye: “Siempre pasa lo mismo. No aprendemos. Cuando aparecieron los coches, nos emocionamos; cuando apareció la televisión, lo mismo. No fue hasta mucho más tarde cuando nos dimos cuenta de que cada avance tecnológico trae consigo un lado oscuro. Pero nos negamos a verlo”.
Primera afirmación. El antropólogo francés Marc Augé definió el concepto del no–lugar , un espacio impersonal en el que no habita el ser humano, porque en él no se relaciona con otros, solo pasa; porque ese sitio no le explica o le interroga.
Segunda afirmación. La sociedad de la información puede ser (muchas veces, es) una sociedad sin comunicación. Sabemos a qué hora se levanta el vecino, dónde desayuna, si acude al trabajo, qué lee, cuándo se siente cansado, a qué hora se dirige a la cama. Pero nada de eso contribuye a la creación de una comunidad, a la solidaridad y la empatía, a la reflexión sobre el pasado o a la voluntad de compartir opiniones y emociones.
Tercera afirmación. El desarrollo técnico y económico tiene sentido cuando se asienta sobre una comunidad de experiencias y expectativas, sobre la cultura y el espacio que nos identifican.
Las Hurdes, como otros lugares, explican al ser humano y muestran su dimensión colectiva en el seno de la naturaleza, a través de su experiencia y de lo que otros advirtieron y contaron. Desde ese modo de ser y estar sí cabe pensar en el mañana.
Sirvan estas líneas como prólogo de un proyecto, vago aún, abierto siempre, que sólo tendría sentido si fuera compartido.
