Aprender a golpes

«Whiplash». Damien Chazelle, 2014 

Sostiene el cineasta Damien Chazelle que lo que intentaba contar en su corto Whiplash (2013), ampliado ahora en este largometraje, procede de sus experiencias personales en el aprendizaje de un instrumento musical. Tanto da. En el cine de ficción no suele importar demasiado de dónde surgen los argumentos, sino la credibilidad con la que están desarrollados en la pantalla. Y, apoyándose seguramente en lo que le tocó vivir en su día, Chazelle exagera hasta lo inverosímil muchas de las situaciones que presenta en la película, donde narra el terrible enfrentamiento mantenido por el joven alumno Andrew Neyman, empeñado en llegar a ser una figura mundial como batería de jazz, y el profesor Terence Fletcher, convencido de que para ello hay que superar los límites de la normalidad, forzar la actitud y la dedicación hasta extremos insospechados, y obligar a hacerlo al aspirante mediante el empleo de la fuerza, la humillación y la violencia física y psicológica, aunque para justificarlo recurra a una anécdota atribuida al maestro del saxo Charlie Parker y que varios expertos en la materia consideran falsa.

A sus 19 años, Andrew estudia en un prestigioso conservatorio neoyorquino donde Fletcher dirige con mano de hierro una banda a cuyos integrantes castiga frecuente y arbitrariamente con los métodos más feroces –imposible no recordar al sargento Hartman de La chaqueta metálica (Full Metal Jacket, 1987), de Stanley Kubrick, por más que una escuela de música no tenga demasiado que ver con una academia de marines–, complaciéndose en hacerlos llorar y abandonar la sala de ensayos con la estima por los suelos.

A los veinte minutos de película sabemos perfectamente de qué va el asunto, y que el interés de la historia se centra –más allá de una banda sonora previsiblemente saturada de temas jazzísticos, entre los que destacan y se repiten en exceso el que da título al filme, obra de Hank Levy, y Caravan, de Duke Ellington– en saber quién vencerá en ese duelo, quién podrá más al final, si el alumno conseguirá superar la brutalidad del profesor o si éste aniquilará al aspirante a estrella.

Ocurre, sin embargo, que en una escena de reunión familiar traída a colación de forma un tanto gratuita –como la mayoría de las intervenciones del padre de Andrew, o la aparición y desaparición de su fugaz novia Nicole, se supone que para alargar el metraje y proporcionar cierta consistencia a la personalidad del joven–, descubrimos que este es un imbécil, cuya ambición desborda todas las fronteras imaginables y que en modo alguno puede provocar nuestra identificación como espectadores, por lo que a partir de ese momento nos da igual cuál de los dos monstruos gane la singular batalla que han entablado y que se alarga innecesariamente, una vez han quedado fijadas las reglas del juego, que experimenta pocas variaciones de fondo a lo largo del relato.

En este sentido, es de agradecer un desenlace de estructura poco frecuente en el cine convencional, aunque para llegar hasta él debamos soportar el enésimo solo de batería de Andrew, planificado de forma tan efectista como el resto de la película, en la que se abusa de los primeros planos y los barridos de cámara, la sangre y los esparadrapos surgen y desaparecen de las manos del protagonista cuando al guion le viene bien, y un accidente de tráfico se presenta de forma mortífera… para nada. No puede decirse que Damien Chazelle, guionista por cierto de la producción española Grand Piano (2013), de Eugenio Mira,  haya ahorrado trucos, de entre los más vistos y manidos de la historia del cine comercial, para describir la historia de ese joven que quería llegar a la cumbre y ese profesor que sostenía que para ello hay que martirizarse y, de paso, odiar a los demás, viendo en ellos a unos competidores y enemigos en vez de a unos compañeros. Con esos elementos, no solo estamos ante la enésima demostración del estúpido cliché estadounidense de que todo el mundo puede llegar adonde quiera si se lo propone, sino que nos acercamos peligrosamente a aquel temible ideal del triunfo de la voluntad.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Dirección y Guion: Damien Chazelle. Fotografía: Sharone Meir, en color. Montaje: Tom Cross. Música: Justin Hurwitz. Intérpretes: Miles Teller (Andrew Neyman), J.K. Simmons (Terence Fletcher), Paul Reiser (Jim), Melissa Benoist (Nicole), Austin Stowell (Ryan), Nate Lang (Carl), Chris Mulkey (Frank), Damon Gupton (Kramer). Producción: Bold Films, Blumhouse Productions, Right of Way Films (Estados Unidos, 2014). Duración: 107 minutos.

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