
Tras pasar unos días en el pueblo, había llegado el momento del regreso. Recogí los enseres imprescindibles, con los que viajo de un lado para otro. Al abandonar la casa, una hormiga trató de adentrarse en la vivienda. Una hormiga gigante, como casi todas las que abundan en aquellos parajes cuando avanza la primavera; un centímetro o un poco más, acaso. Decidí alejarla del territorio que me pertenecía y arrastré mi pie para empujarla al exterior, pero la bota carecía de precisión o algo parecido. La hormiga se convirtió en una mínima mancha, aplastada, despachurrada sobre la pizarra.
Me asaltó la conciencia.
– ¡Lo he hecho en legítima defensa!, exclamé.
Subí al coche, encendí la radio. Hablaban de Israel, de los palestinos.
Me ha reconfortado leer a Nir Baram: La hora de actuar.
– ¿Esperar contra toda esperanza?
– ¿Y qué, si no?
