Decires y cantares

Iberia anuncia un ere que expulsa de la compañía a una cuarta parte de los trabajadores de su plantilla. A la ministra de Trabajo, (Milagro de Fátima)[1] Báñez, sólo se le ocurre recomendar a la empresa que aplique la reforma laboral ¡con flexibilidad!

– Si fue ella la promotora de la reforma laboral, ¿qué pretende ahora: que se aplique pero poco, solo la puntita, para que su embarazoso alumbramiento lo parezca sin serlo?

Las protestas por la voracidad desahuciadora en aplicación de la legislación vigente, impulsada o mantenida por el Parlamento, han alcanzado incluso a los jueces, porque se trata, a su entender, de una injusticia inevitable y completamente legal. En estas estamos, con PP y PSOE dispuestos a echar agua bendita a la situación, cuando sale Vicente Martínez Pujalte, diputado pepero y prototipo del facha vocinglero, y va y dice que la culpa de los desahucios la tienen los jueces.

– Las declaraciones de los magistrados les han sacado de quicio. Estos gobernantes que nos han echado, con (antes) o sin (ahora) bigote, hacen progresistas a los jueces. De ahí su enojo.

 

El Tribunal Constitucional declara que el matrimonio entre parejas homosexuales es acorde con la Carta Magna. Inmediatamente después el ministro del Interior afirma que él no acepta esa decisión. Y el obispo Munilla se atreve, sin rubor, a asegurar que la Constitución dice lo contrario de lo que ha resuelto el Tribunal.

– Para qué perder el tiempo. El Tribunal Constitucional se demoró siete años y al obispo le sobró un minuto. Cuando la verdad es lo que uno piensa, se corre y se vuela, con o sin plumas.

Al cardenal Rouco se le quebró la voz el día de la Almudena al referirse “al problema angustioso de los desahucios”.

– ¿Y no puede hacer nada el jefe de la empresa inmobiliaria más importante de España, que además no paga ibi?



[1] Así la denominó Iñaki Gabilondo el día que la ministra anunció que la economía española mostraba ya signos de recuperación.

Artículo anteriorEl dedo memo que birló la paga
Artículo siguienteCuando la emoción ensalza el argumento