
Hay bodas que ofenden. 700 invitados contra el resto de la sociedad. Un acto privado puede convertirse en una provocación pública.
¿Por qué razón a la boda del hijo de un editor (de libros, pero también, y quizás sobre todo, de un periódico recalcitrantemente pro PP e incluso faccioso) y de la hija de un cualificado empresario y sobrina de otro aún más cualificado acudan el presidente, la vicepresidenta del Gobierno y varios ministros, así como el president de la Generalitat de Cataluña, los dos molt honorables anteriores y algunos consellers, amén de un coro de postín, incluidos algunos artistas cortesanos?
A la de Juan y Paquita, que se casaron también ayer, aunque en Valdemoro, no fue ninguno de ellos.
– De habernos invitado…
– Tampoco.
¿Ante situaciones como esta hacen falta corrupciones más explícitas? ¿Es peor el alcalde que trinca una comisión que esta alianza entre los que tienen, los que deciden y los que lo explican? ¿No es esto, a fin de cuentas, mucho peor que lo del concejal… para Juan y Paquita?
Lo verdaderamente importante del evento no ocurrió en el altar. Ni en la cama.
En esta boda los invitados desvelaban la alianza que sustenta el Estado e incluso la nación, sea cual sea: solo unos pocos (el dinero, el poder y los medios) están invitados al festín.
– Ellos creen que el matrimonio es, en verdad, indisoluble.
– Lo oficiaba un cardenal.
