Podemos y lo que podemos

Mientras los medios de comunicación se ocupan de la corrupción y el conflicto catalán, la sociedad española toma decisiones por su cuenta y, a expensas de que llegue el tiempo oportuno para ratificarlo, se empieza a atisbar un cambio tan radical como súbito. Los más ilustrados lo llaman cambio de ciclo, que no es otra cosa que el desplome de los grandes partidos como aglutinantes de opiniones mayoritarias. Todos reconocen el estruendo repentino de Podemos, un partido ochomesino, impulsado por un grupo de amiguetes que se han convertido, siquiera desde la predicción demoscópica, en el referente de la revuelta, del sorpasso y, desde luego, del triunfo de la indignación.

No hacían falta encuestas de Metroscopia ni la que cocina el CIS con la pretensión de que los fogones oculten el sabor original de la cosecha. Basta una mínima atención a la calle para conocer la que se viene y las reacciones previsibles de quienes hasta ahora han gobernado. Harán lo que puedan, pero quizás sea tarde o que su capacidad de reacción dependa más de la policía y la justicia que de sus argumentos. La indignación se ha hecho carne y, aunque el sistema de fermentación tal vez no ofrezca las mejores garantías higiénicas, la incertidumbre –que es el gran argumento contra Podemos– no afecta a los desahuciados. de la misma manera que las certezas conocidas han causado más muertes que el ébola.

Los más prudentes han entrado en estado de pánico. El País ha advertido esa psicosis en el PP y el PSOE. Pero el propio periódico muestra signos alarmantes que delatan la necesidad de su propio aislamiento. El editorial dominical merecía una sesión clínica, porque, tras una serie de consideraciones vacías para confundir el diagnóstico, dejaba clara la patología:

Todo esto no justifica dejar a la sociedad en manos de Pablo Iglesias y de Podemos, es decir, de un grupo de diagnóstico catastrofista y voluntad descalificadora, que niega ser de izquierdas ni de derechas para ocultar lo que en realidad es: simple y vulgar populismo como el que, con otras apariencias ideológicas, aparece en diversas partes de Europa. El sondeo muestra que los votantes potenciales de otros partidos, por críticos que sean hacia estos, tampoco creen en Podemos como la única opción en que se puede confiar. Una cosa es criticar y otra muy distinta ofrecer soluciones solventes y realistas a una sociedad necesitada de buena gestión. Hasta el momento, las únicas recetas que hemos escuchado en boca de los líderes de Podemos son viejas, fracasadas o delirantes.

Los ciudadanos se han vuelto locos. Esa puede ser la conclusión de quienes siempre quisieron mantener el control de lo respetable. Personajes que se identifican con la izquierda abundan en la invitación al pánico. Luis Arroyo, experto en comunicación, que colaboró en el lanzamiento de Pedro Sánchez como líder del PSOE, tampoco deja lugar a muchas dudas.

El populismo, dice también el manual, crece con la angustia, con la crisis económica y con la corrupción. Porque la corrupción vendría a demostrar que el pueblo es bueno y los que mandan malos. Así, sin precisar mucho más. Estos días los viejos partidos dicen que si las alcantarillas huelen mal no hay que taparlas, sino limpiarlas. Podemos dice que hay que dinamitarlas, porque cuando sean tomadas por el pueblo y reconstruidas, el agua correrá cristalina por ellas. Es un argumento tan simple que duele escribirlo.

Frente al frente bienpensante se alzan matizaciones difícilmente refutables. Por ejemplo, las que acumula Antoni Gutiérrez Rubí, otro experto en comunicación, que refuta, una a una, las acusaciones contra Podemos.

No se trata de refutar o denigrar ni de ensalzar o glorificar, sino de entender por qué las cosas están ocurriendo así y si esta predisposición ciudadana a favor de los que no tienen otro pasado que el enojo compartido puede alentar posibilidades de futuro.

Convendría una buena dosis de ansiolíticos, por parte de quienes aún están fuera, para no hacer inviable esas opciones y convendría un chute de diuréticos, por parte de los convictos, para trazar opciones verosímiles de transformación de la sociedad en que vivimos (en su contexto internacional) con las que garantizar mejores condiciones de vida a quienes lo tienen peor: a los 14 millones de españoles que suman la misma riqueza que los veinte personajes más ricos de este país.

Merece la pena. Sin engañarse ni engañarnos.

Dada la afición al juego de palabras, dos preguntas:

¿Coincide ahora Podemos con lo que podemos?

¿Lo que podemos puede conseguirse ahora sin Podemos?

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