
El candidato Cañete se midió cara a cara con la candidata Valenciano en un debate trucado y pasó lo que pasó: hizo el ridículo, pese a que ni el formato ni su oponente le obligaran demasiado. De aquella confrontación el espectador se quedó en los arrabales de las cuestiones importantes de la Europa que debía centrar la discusión. Sin embargo, muchas veces en las periferias se descubre lo que quienes mandan pretenden ocultar.
Así, al día siguiente, el tapado Cañete, que ocultó su pensamiento tras los escritos que otros le habían preparado, se hizo transparente sin pretenderlo. ¡Hay que ser burro! Dijo lo que dijo sin alborotarse, convencido de que decía algo perfectamente compartible, casi obvio, incuestionable entre todos los de su condición intelectual superior. Es la banalización del machismo: su penetración en las ideologías dominantes e incluso en múltiples comportamientos cotidianos lo hacen ordinario, rutinario, íntimo.
Cañete pertenece a esa estirpe de los que creen en su superioridad intelectual porque disfrutan de una superioridad económica real, porque es un ministro de agricultura emparentado con el latifundismo de los señoritos y porque entiende que todo ello pertenece al orden natural o al designio divino. Con ese bagaje no podía entender que tuviera que rectificar.
Le obligaron, pero no rectificó. “Si he ofendido a alguien, por supuesto que pido disculpas”. O sea, aún no sabe que ha ofendido, al menos, a la mitad de la población universal y a algunos más, a los que le repugna esa pretensión de superioridad intelectual, de etnia, de género y, a la postre, de clase.
“Estuve desafortunado en la forma de expresarme”. Pues, tampoco: formalmente, se expresó muy bien y muy clarito. El infortunio es otro, aunque él no lo entiende: la malformación se encuentra en su cerebro, en su herencia, tal vez incluso en su genética.
No había que esperar una reacción de mayor nivel. No hay que esperar alguna mejoría. Sin embargo, Elena Valenciano –aunque crítica, porque toca– aceptó benévola las disculpas. También ella se equivocó: hay comportamientos que sólo pueden ser repudiados. Y el candidato Cañete en sus excusas demostró que su inteligencia castiza es tan rancia como despreciable.
Lo demás, eufemismos.
