El lío griego crece con los días

En la noche del domingo, tras conocer el resultado de las elecciones griegas, se planteaban numerosas preguntas desde muy diferentes perspectivas. Tomé nota de algunas:

¿Dónde se colocará Rajoy: ¿con los acreedores o los deudores?, ¿con los que pierden o los que mandan?, ¿con los suyos o su ideología?

¿Dónde se colocará Europa? Hollande, Renzi, por ejemplo, que hace tiempo nos invitaron a imaginarles de otro modo.

¿A la contraofensiva del sur responderá el norte con un ataque aún más feroz? ¿Seguirá mereciendo Europa la defensa de los no feroces?

¿Cuánto tiempo tardarán en hacer su aparición esas fuerzas del mal que se esconden tras denominaciones confusas como los mercados, la evasión de capitales, el corralito, la prima de riesgo…?

En los próximos días se dirimirá un pulso para marcar posiciones y definir territorios, pero la disputa será mucho más larga. Así habrá de comenzar el desgaste para la resistencia; el encono tendrá efectos, aunque se sepa que los primeros envites pertenecen más a la simulación que a la guerra…

Cuatro días después la realidad ha cumplido sus previsiones y ha añadido ciertas sorpresas. La primera, la velocidad de Tsipras para elegir socio, para formar  gobierno, para tomar las primeras decisiones. Luego, las decepciones inevitables: Anel (un socio innecesario a tenor del reparto de escaños, con tantas posibilidades de pactos o de acuerdos puntuales), la ausencia de mujeres en el ejecutivo, las contradicciones (de la toma de posesión laica del presidente a la parafernalia religiosa de su ejecutivo). Y en medio, las reacciones tan magnificadas como previsibles: los griegos, se asegura, sacan su dinero de los bancos por temor al corralito, aunque solo sea verdad que «los griegos que tienen dinero» hacen eso. ¿Cabía prever lo contrario? ¿Los beneficiarios de la crisis y la desigualdad pueden dejar de ser agentes de sus propios intereses?

En cualquier caso, cuatro días después, el lío tras la victoria de Syriza ha superado las previsiones. Ampliar el frente de sus discordias al ámbito diplomático, a la complicidad con la Rusia de Putin… también desorienta. Al menos confunde acerca de las prioridades, salvo que el lío –cuanto mayor, mejor– sea el medio para tomar ventajas en la negociación.

Pueden tener sus razones, pero fuera de su entorno, como mínimo, confunden a sus epígonos o hacen más difícil de entender lo que parecía prioritario. Cabe temer que dentro, también.

Las alegrías duran poco. Y por ello no conviene arrumbar cualquier expectativa antes de pasado mañana. Para deprimirnos hemos tenido y tendremos siempre demasiado tiempo. Y para la estupidez, también; es nuestro sino.

 

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