
Las filtraciones de Wikileaks dejaron al desnudo a la diplomacia yanqui. Hubo quienes trataron de obtener ventajas en el debate interno de los países, y en concreto de España. Y, en efecto, aquel desnudo integral de cartas, cables, declaraciones e informes presuntamente secretos afeaba a los remilgados padres de familia que ejercían de mirones, que pasaban por allí o pedían invitaciones para la performance en vivo y en directo. Sin embargo, el que despelotaba todas sus vergüenzas, con sus celulitis, grasas, michelines y otros excesos sebáceos, amén de auténticas protuberancias tumorales, repugnantes y letales, era el sistema estadounidense y su manera de entender la relación con sus adversarios y, sobre todo, con sus socios y sus supuestos amigos.
En esta ocasión no ha habido que esperar años, tampoco una filtración, para ratificarnos en lo sabido. Alguien –la carta se dirigió a tantas personas y en un momento tan frágil, que vaya usted a saber– ha desvelado el escrito que el embajador Solomont, un yanqui en Madrid, dirigió al entonces presidente del Gobierno y remitió copias a cuatro ministros.
Lo hizo para mostrar su “profunda preocupación” por la no aprobación del reglamento que debía desarrollar la Ley Sinde, contra las descargas ilegales en internet. En realidad lo hizo para despacharse a gusto. Primero, ofende: “El Gobierno (…) ha fracasado (…) debido a razones políticas en detrimento de la reputación y la economía de España”. Luego, amenaza degradar aún más la calificación de España y colocarla entre los máximos violadores globales de los derechos de propiedad intelectual, lo que puede acarrear sanciones comerciales. Y así sucesivamente.
No consta que el escrito tuviera otros destinatarios. Pero en el primer consejo de ministros del nuevo gobierno se aprobó el reglamento que elaboró en anterior. Un modelo de traspaso de poderes sin sectarismo. O un ejemplo, tan solo, de acojono. ¿No hubiera sido más razonable expulsar al embajador?
Cuando se hicieron públicas las filtraciones de Wikileaks, comenté que nada hubiera considerado más coherente que la ruptura de relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Con este episodio, porque no espero decisiones coherentes, he optado por militar contra la Ley Sinde, pese a lo razonable que se me antojaba en muchos aspectos.
