Reprobable o repudiable, según se mire

Día 14 de junio. ¿Poner límites al humor es censura? ¿Aceptar esos límites en función del poder o el miedo que provocan las ideologías, las instituciones  o los grupos sociales a los que ese humor se refiere equivale a una claudicación democrática? ¿Hay principios, creencias o valores que deban ser excluidos de la crítica y/o el humor? ¿Tienen validez universal los análisis y las tomas de posición que se hicieron mayoritariamente, por ejemplo, a propósito de Charlie Hebdo? ¿Los comentarios antimusulmanes merecen un respeto radicalmente distinto al de los antisemitas, por poner un ejemplo?

Esta vez no hay viñetas ni imágenes. Solo chistes viejos que alguien tuiteó y que, al cabo de cuatro años, reverdecen porque el difusor de aquellas muestras de humor macabro acaba de tomar posesión como concejal del Ayuntamiento de Madrid y de asumir la responsabilidad del área de cultura.

En esas situaciones, máxime si se trata de un miembro destacado de una formación emergente, no hay excusa ni disculpa: a la caza del chistoso se han lanzado PP, Ciudadanos e incluso el PSOE. Y la nueva alcaldesa, antes de que se cumplieran 24 horas de su toma de posesión, encontró encima de su mesa el requerimiento de dimisión de uno de los suyos con argumentos a los que no ha podido, por el momento, decir que no. Antes de decidir, dijo poco después de los primeros truenos, debería hablar con el interfecto y madurar una decisión, sobre la que ya tenía una opinión, aún no desvelada, aunque previsible.

Día 15 de junio. Desde que los viejos tuits salieron a la luz, con intenciones más que evidentes, el debate entre los adictos a la causa de la nueva revolución y los enemigos de cualquier cambio que no sea el suyo propio eclipsó cualquier otro. La renovación de los ayuntamientos, algunas iniciativas dignas de reconocimiento y admiración,  las contradicciones de ciertas decisiones, las primeras medidas y determinados gestos merecedores de crítica, elogio e incluso sorpresa quedaron opacados, como les gusta decir a algunos hispanohablantes de la otra orilla atlántica e incluso de la pacífica.

Se armó la marimorena previsible. Y tras ella, interrogantes sin despejar ¿Qué posición se hubiera adoptado en el caso de que las afirmaciones o los chistes hubieran sido suscritos por un dirigente del bipartidismo o de la mismísima derecha? ¿Cuál habría sido el resultado, si esa situación se hubiera producido?

Sea cual fuere la respuesta, también retórica, permanece vigente un planteamiento genérico: ¿Dónde están los límites del humor y la censura? ¿Qué es lo que se reclama en este caso concreto?

Día 16 de junio. La decisión final evoca reminiscencias salomónicas: el edil presenta la dimisión, y la alcaldesa la acepta, como responsable del área de cultura, pero no como concejal. Como si se reconociera la gravedad de un error o la levedad de una injuria;como si aceptase la presión, pero no el desafío; como si se asumiera un nivel máximo de exigencia y ejemplaridad, pero sin abrir la veda a cualquier menudencia. Como si fuera un delito lo que se puede considerar libertad de expresión o ejercicio de humor o como si fuera matizable lo que se puede entender como un ultraje a víctimas de la barbarie. Cal y arena.

Postdata. He tenido por norma desautorizar en público y en privado a quienes reían algunas bromas, pretendidamente ingeniosas, ofensivas para las víctimas del terror impuesto desde el Estado o desde el terrorismo. No se les puede reconocer la gracia.

Sin embargo, no se sabe de nadie que haya decidido excluir de sus relaciones a aquellos conocidos que transmitieron en algún momento por mails y tuits imágenes o comentarios xenófobos, racistas o simplemente despectivos con el horror sufrido por colectivos y personas. Tampoco se sabe de nadie que haya roto lazos familiares por cuestiones similares. Se corta la conversación, se desacredita al interlocutor y, al cabo, cuatro años después, sobre todo si el errado ofrece excusas, se reconoce que todos hemos cambiado.

Y a partir de ahora… ¿qué majadería (ese será el próximo paso) recuperaremos para desestabilizar al que se empeña en elevar el listón de la decencia? ¿Cuándo se establecerá el nivel que nos permita fijar lo reprobable de lo repudiable? ¿Se aplicará a todos por igual? ¿Interesarán más los tuits que los actos? ¿O se utilizarán los tuits para ocultar los actos? ¿Ha aceptado la alcaldesa de Madrid esa querencia de quienes van a buscarle todas las vueltas?

Remate. El colmo: el Gobierno pide una investigación judicial de los tuits del PP y el PP clama por la indignidad de quienes desprecian a las víctimas del genocidio o el terror. Como las víctimas del franquismo, ¿se supone o no?

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