«Cincuenta sombras de Grey»- Sam Taylor-Johnson, 2014
Precedidas por una aparatosa campaña publicitaria, al mejor estilo hollywoodiense, apoyada esta vez en el formidable éxito comercial de la novela que les sirve de base, llegan por fin, tras su estreno mundial en el Festival de Berlín, estas Cincuenta sombras de Grey dirigidas de forma rutinaria y desvaída por la londinense Sam Taylor-Johnson, conocida hasta ahora por su Nowhere Boy (2009), que hablaba de la adolescencia y los primeros años de la carrera del Beatle John Lennon.
Corresponde, en todo caso, a los expertos y sobre todo expertas en literatura y en especial en literatura de género, determinar si el texto de E.L. James abre horizontes en la plasmación de los deseos sexuales femeninos y puede contribuir en algo a su liberación, o por lo menos a su mayor disfrute, como se ha afirmado con insistencia. De lo que no cabe ninguna duda es que la película resultante es de un machismo sin paliativos. Ya desde la primera secuencia, que nos sitúa en los suntuosos aposentos del multimillonario Christian Grey, en vez de en la habitación de la estudiante de Filología Anastasia Steel, como ocurría en el libro, con lo que se modifica sustancialmente el punto de vista del relato. Además, y entre otras sutilezas, la directora se las ingenia para que ella mire a su ídolo durante toda la película de abajo hacia arriba, de modo que quede clara su posición ante el macho alfa. Y para una vez que se rompe esa norma, cuando la chica llega ante la sede de las empresas de Grey, el contrapicado sólo sirve para subrayar la magnitud fálica del edificio. Algo parecido ocurrirá a lo largo de toda la historia con objetos –helicópteros, aviones, planeadores– que en el texto quizá no llamaban la atención y en imágenes, en cambio, adquieren una notable connotación sexual. Sobre todo teniendo en cuenta que provocan en Anastasia un grado de excitación muy superior al de las maniobras sádicas del potentado.
Porque, en realidad, lo que parece seducir a la joven –poco atractiva Dakota Johnson, para que cualquiera pueda identificarse con ella– del macho al que ha conocido por casualidad –inexpresivo Jamie Dornan, que en realidad hace lo que muchos hombres quisieran hacer–, no son sus atractivos físicos, sino su dinero, su poder, su estatus de hombre riquísimo a tan temprana edad, sin que en ningún momento se nos explique por qué medios seguramente poco limpios ha amasado esa fortuna. Él mismo dice que «se le dan bien las personas», por lo que cabe suponer lo peor.
Así, el elemento sobre el que gravita todo el argumento, que es la firma o no de un contrato de sumisión por el que la joven que está a punto de licenciarse pero trabaja como dependienta en una ferretería se entrega casi sin condiciones a los caprichos del enfermizo y traumatizado magnate –que mejor haría en acudir a un psiquiatra para tratar de iluminar sus sombras, en vez de aprovechar su superioridad económica para adueñarse de alguien más desvalido– a lo que se parece de verdad es a un convenio colectivo, desde la periclitada visión socialdemócrata: si se rinde a las pretensiones de un empresariado voraz y enfermizo en su insaciable ambición de riqueza, si se deja humillar y sodomizar –el filme es ambiguo a este respecto– sin apenas oponer resistencia, la clase obrera puede acabar ablandándolo, tocándole el corazoncito y disponiéndolo para un trato menos injusto, y encima disfrutará con ello. Casi nada.
¿Y el erotismo tan profusamente anunciado? Nada. Tres o cuatro estampitas que no superan en interés a las de cualquier blandiporno de los años setenta, rodadas y montadas de manera convencional y pretendiendo hacernos creer que Anastasia suspira de pasión ante la sola mirada de su dueño, y no digamos ante el simple roce de una corbata que sirve de atadura o un látigo de cuero. Nada que no ofreciera, con más afán trasgresor, que ya es decir, Historia de O (Histoire d’O, 1975), de Just Jeckin, por ejemplo. Por eso, citar a propósito de esta baratija títulos tan importantes como El portero de noche (Il portiere di notte, 1974) de Liliana Cavani, o El último tango en París (Ultimo tango a Parigi, 1972), de Bernardo Bertolucci, es una blasfemia cinematográfica.
FICHA TÉCNICA
Título original: «Fifty Shades of Grey». Dirección: Sam Taylor-Johnson. Guion: Kelley Marcel, sobre la novela homónima de E.L. James. Fotografía: Seamus McGarvey, en color. Montaje: Lisa Gunning. Música: Dany Elfman. Intérpretes: Dakota Johnson (Anastasia Steele), Jamie Dornan (Christian Grey), Luke Grimes (Elliot Grey), Jennifer Elhe (Carla May Wilks), Rita Ora (Mia Grey), Eloise Mumford (Kate Kavanagh), Marcia Gay Harden (Grace Trevelyan Grey), Max Martini (Jason Taylor). Producción: Focus Features, Michael de Luca Productions y Trigger Street Productions (Estados Unidos, 2014). Duración: 125 minutos.
