
Gallardón comentó por primera vez la retirada de su ley del aborto ante el Congreso de la Asociación Católica de Propagandistas. Lo hizo sin medias tintas y su afirmación fue acogida con estruendo por los asistentes al congreso. Una ovación que podría estremecer a cualquier observador no dogmático:
“No me importa si hubo lobby o si alguien ha podido pensar que es un beneficio electoral. Es lo de menos. Sea esto o sea otro, lo único que me da es asco, no me importa”.
Gallardón tiene derecho a ser un bárbaro, pero un bárbaro no puede ser ministro, porque el gobierno, la política y el respeto a las opiniones de los ciudadanos reclaman comportamientos menos fieros. Y porque él mismo debería explicar cómo el adalid pepero de los matrimonios civiles, de los homosexuales y de la tolerancia aparente en tantas cosas se transformó en un radical.
“No me importa si hubo lobby –o un encargo superior– o si alguien ha podido pensar que es un beneficio electoral. Es lo de menos. Sea esto o sea otro, lo único que me da es asco, no me importa”.
