La chica que tenía cara de barrio

La directora de informativos reunió a la tropa y la arengó con el más profundo de sus desprecios. Solo ella salvaba del desastre a la redacción, solo su empeño la defendía del crédito (empresarial, se supone), solo su genio (pura polisemia) la protegía de tanta desidia e incapacidad. Esa tarde, los que acababan de editar el informativo del mediodía, deberían permanecer en su puesto de trabajo hasta que concluyera el nocturno, porque “ni siquiera veis vuestros propios informativos y sin ver la televisión no podéis mejorar”.

No era la primera arenga de este tipo. Ni siquiera el estreno de esa sarta de insultos y castigos que la directora de informativos manejaba en privado con prodigalidad. A ella le brotaban generosamente este tipo de improperios desde que pasó de protegida de un director promocionado por un gobierno sin complejos a confidente de altos cargos, a convicta portavoz del ciudadano kane de la industria editorial y mediática y, en definitiva, a esclava voluntaria del poder y el dinero, sumisa con sus dueños y engreída ante quienes creía obligados a ganarse el sueldo.

Al concluir aquella reunión intempestiva, mientras los increpados se sacudían en silencio, sobre las mesas de la redacción, el bochorno compartido, la directora paseó entre todos ellos y se detuvo sigilosa ante una de las abroncadas que se había alejado hasta el pasillo:

– Me voy de compras. No sé qué quiero, pero como entre mi marido y yo ganamos tanto dinero, si no compro alguna cosa, si no me arreglo un poquito de aquí o un poquito de allá o si no hago ejercicio, me siento como si estuviera perdiendo el tiempo; sobre todo, ejercicios para mantener el culo duro. ¿Cómo me quedan estos pantalones? ¿Los ves bien? ¿Crees que me favorecen? Sobre todo, el culo. Mi marido me dice que lo que más le pone de mí es el culo. Y eso significa que tengo que cuidarlo y lucirlo.

Bendito culo, pensó la redactora. Al menos, los dejaría en paz durante tres o cuatro horas, mientras cumplían la penitencia hasta el final del siguiente informativo. A punto de que el plazo concluyera, la directora regresó con varias bolsas de marcas reconocibles de la mano. Se cruzó con una redactora que salía del baño:

– Ya te he dicho alguna vez que no sé a donde vas con esas tetas, que así no puedes salir en pantalla y que lo peor de todo es que tienes cara de chica de barrio; esta cadena no se puede permitir ese aspecto. Cualquier cosa menos tener cara de chica de barrio.

La redactora volvió al baño hasta que pensó que el informativo había terminado, buscó furtivamente la salida, pasó la tarjeta personal por la máquina de fichar y buscó su coche en busca de un recinto íntimo y oscuro donde llorar libremente.

Al día siguiente, la redactora y la directora se cruzaron en el pasillo.

– Te lo dije ayer, sí; tienes cara de chica de barrio. Pero eso no tiene solución. Sube a personal. Estás despedida.

 

(Si alguien trata de reconocer a los personajes aquí bosquejados, se equivocará. Esto es un relato de ficción, aunque alguien pueda creer que este retrato él o ella lo han vivido. Sería otro).

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