
¿Qué hace falta para ser responsable del área de cultura de un ayuntamiento, de una comunidad autónoma, de unl estado o de cualquier institución pública?
En el ayuntamiento de Madrid se armó la marimorena por unos tuits añejos del concejal elegido para dirigir la actividad cultural municipal. El revuelo tuitero, exagerado e implacable, dejó a Guille Zapata sin cometido por decisión de la alcaldesa Manuela (Carmena). Una decisión compleja y discutible que, tal vez, ahorró al interfecto problemas posteriores. Su pasado lenguaraz no le invalidaba como gestor municipal, pero su pasado cultural anunciaba dudas para ejercer una actividad sin sectarismos y exclusiones, sino con voluntad de integración y amplias perspectivas culturales.
A su sucesora, Celia Mayer, le caben exactamente los mismos interrogantes.
En los medios de comunicación, sobre todo en los audiovisuales, los profesionales hablan una y mil veces acerca del interés de la información cultural. Las encuestas aseguran que los ciudadanos están muy interesados en ella y que la oferta que ofrecen los medios resulta muy escasa. Los estudios de audiencia ratifican la caída escandalosa del share en el mismo momento en que se inicia el bloque cultural.
Si ninguno miente, el problema radica en qué se entiende por cultura. El significante acoge significados muy diversos y, en ocasiones, contradictorios. Uno de los paladines de la innovación en política cultural, el ya casi expresidente de Extremadura, José Antonio Monago, convocaba con un presupuesto de 600.000 euros cada verano, a numerosos actores para hacerse una foto con ellos y unos días después entregaba medallas, por ejemplo, a Robe Iniesta, ahora líder de sí mismo y hasta hace poco de Extremoduro. Muchos hombres cultos de la región, al saber de este reconocimiento, se echaron la mano derecha a la frente para santiguarse; no se sabe si a propósito del músico o del político.
¿A quién le habría confiado usted la consejería de Cultura: al novelista-compositor-cantor Robe o a alguno de los cultos santiguadores?
Ahí radica el lío. Con todo el respeto a la labor de Patio Maravillas y hasta del cine de los afines a los Vigalondo-Zapata, ¿puede ser esa afinidad el aval para tanta responsabilidad? ¿Basta el más extenso conocimiento de la ópera wagneriana para lo mismo?
¿Entonces? De eso hablamos: de cómo encontrar gestores culturales a la altura de lo que significa la cultura. Alguno ha habido.
