
«Jimmy’s Hall». Ken Loach, 2014
Con cincuenta años de carrera a sus espaldas, y otros tantos títulos de largometrajes documentales y de ficción, cortos y producciones para televisión –entre ellos algunos tan representativos como Family Life (1971), Lloviendo piedras (Raining Stones, 1993), Ladybird Ladybird (1994), Mi nombre es Joe (My Name is Joe, 1998), Pan y rosas (Bread and Roses, 2000), La cuadrilla (The Navigators, 2001) o La parte de los ángeles (The Angel’s Share, 2012)– el cineasta británico Ken Loach ha mantenido una admirable coherencia en el desarrollo de su concepción del cine como instrumento de análisis y, en la medida de lo posible, transformación de la sociedad en la que vivimos.
«El local de Jimmy», que sería probablemente la traducción más ajustada del original, continúa y corona por el momento esa trayectoria ejemplar, ficcionando la vida de James Gralton, joven comunista irlandés que tuvo que emigrar a Nueva York tras la Guerra Civil desencadenada en su país a principios de los años veinte del siglo pasado, y regresó diez años después, cuando la Gran Depresión de 1929 asolaba Estados Unidos y, por extensión, el resto del mundo occidental uncido a su sistema económico.
Al volver, antiguos camaradas de lucha y jóvenes inquietos de la zona rural en la que nació insisten a Jimmy para que vuelva a abrir aquel local, que alguien califica como un simple cobertizo en un lodazal irlandés, pero que fue en realidad un centro dinamizador de actividades culturales y recreativas, temido a partes iguales por la oligarquía terrateniente, los políticos y fuerzas del orden a su servicio y la iglesia católica, convencida de su inmenso poder tradicional sobre las almas y los cuerpos de los habitantes del lugar y decidida a no perderlo cuando el grado de conciencia cultural, social y política de sus feligreses los impulse a desenmascarar sus supercherías.
Queda definido así el núcleo del conflicto que va a dar vida a la narración de Jimmy’s Hall: un líder capaz de movilizar tanto a sus partidarios como a muchos indiferentes, que debatirán siempre cada decisión que puedan tomar, frente a un conglomerado de intereses de todo tipo que harán lo imposible, incluido el recurso a la violencia, para evitar que se extienda ese germen de militancia activa que amenaza con poner fin a sus privilegios. El asunto, y tanto Ken Loach como su excelente guionista habitual Paul Laverty son plenamente conscientes de ello, no puede ser más actual, con alusiones expresas a problemas como los desahucios, la propiedad de la tierra, el control de las finanzas y otros muchos que se reconocen a simple vista.
Al mismo tiempo, y en coherencia también con lo que tantas veces han defendido Loach y Laverty, la dureza de la lucha se combina con la reivindicación de la alegría, el componente lúdico y la búsqueda del placer como elementos de subversión del orden establecido y defensa de derechos inalienables de los desposeídos.
Ciertamente, y junto a algún bache dramático, provocado por el afán de contraponer tiempos y lugares, y al difícil encaje de los pasajes amorosos y familiares en el conjunto –esa madre anciana que inculcó a su hijo la pasión por la lectura y un carácter indomable–, Ken Loach recurre sin reparos al didactismo de buena ley e incluso a un cierto maniqueísmo, que saca de sus casillas y suscita el desprecio de quienes quieren olvidar que la lucha de clases no puede ser una cuestión de pactos y componendas, y despotrican contra el llamado cine social o político, pretendiendo disimular que tragan dócilmente toneladas de basura ideológica cuando viene envuelta en aparatosos enredos de batallas bíblicas, superhéroes con megapoderes o zombies despendolados. De hecho, no se puede decir que en Jimmy’s Hall no haya matices: el curilla joven y en apariencia comprensivo es más peligroso que el viejo ogro que regenta la parroquia. Y se podrían poner muchos ejemplos como ese. Por fortuna, al cine contemporáneo le quedan autores combativos y atentos a la realidad como Ken Loach… y algunos pocos nombres más.
FICHA TÉCNICA
Dirección: Ken Loach. Guion: Paul Laverty, sobre la obra teatral de Donal O’Kelly. Fotografía: Robbie Ryan, en color. Montaje: Jonathan Morris. Música: George Fenton. Intérpretes: Barry Ward (James Gralton), Simone Kirby (Oonagh), Sorcha Fox (Molly), Jim Norton (padre Sheridan), Brian F. O’Byrne (O’Keefe), Andrew Scott (padre Seamus), Aisling Franciose (Marie), Karl Geary (Sean). Producción: Sixteen Films, Element Pictures, Why Not Productions (Reino Unido, Irlanda y Francia, 2014). Duración: 109 minutos.
