
«Big Eyes». Tim Burton, 2014
No parece haber hecho mucha gracia a los incondicionales del cine de Tim Burton que el cineasta californiano haya abandonado al menos temporalmente su estilo tan personal para contar, con una narrativa más convencional aunque no exenta de tics, la dramática historia de Margaret Keane, autora de las inconfundibles imágenes de niños tristes de ojos grandes que hicieron furor en los primeros años sesenta… firmadas por su segundo marido, Walter Keane.
Apoyándose en la historia real de tan singular pareja –aunque conviene tener en cuenta, por la influencia que haya podido tener en el resultado, que Margaret vive todavía y ha estado cerca de la producción del filme, y en cambio Walter falleció en 2000–, Burton construye un relato sin demasiadas estridencias, e incluso con momentos de hondura emocional y tempo pausado, hasta que hacia el final se desmadra de forma inevitable, en una vista judicial demasiado bufonesca, por no decir timburtonesca.
Cuando comienza el argumento, la joven Margaret acaba de separarse de un primer marido y tiene ya una niña que la acompañará a lo largo de su terrible peripecia. Porque al trasladarse a San Francisco, y cuando ya ha pintado algunos de los cuadros que acabarían haciéndola famosa, tropieza con otro artista, de apariencia bohemia, extrovertido y charlatán, que presume de haber estudiado Bellas Artes en París y confecciona penosas vistas callejeras de la Ciudad de la Luz, de factura claramente dominguera y que al final se desvelará que ni siquiera son suyas.
Margaret, tímida, retraída e insegura de sí misma, empieza aceptando la protección de Walter, y no puede saber que cuando firma por primera vez con el apellido Keane una de sus obras, quizá por afecto o como reconocimiento a su posible agente comercial, está firmando su sentencia de muerte artística. Porque él, experto en vender humo a los snobs que pueblan ese mundillo pero incapaz de pintar nada que merezca la pena, y avispado partidario de transformar piezas únicas en obra gráfica seriada para explotarlas comercialmente bajo los más diversos soportes, irá apoderándose de forma progresiva e implacable de la obra de ella, obligándola a recluirse en el anonimato e incluso a ocultar la verdad a todo el mundo, empezando por su propia hija.
La historia es sin duda interesante, y podía haberse convertido en una sugerente reflexión sobre el poder del macho dominante sobre una mujer mucho más valiosa que él pero con dificultades quizá heredadas para hacerse valer con justicia. El gran problema es que Tim Burton, con los guionistas Scott Alexander y Larry Karaszewski, que ya colaboraron con él en otras biografías extremadas, como la de Ed Wood (1994), desequilibra imperdonablemente el relato: Margaret es un personaje sensible, lleno de matices y proclive a despertar la empatía del espectador, mientras Walter es un histrión insoportable, tan apayasado cuando intenta convencer a su esposa de lo útil que resulta para ambos que él se adjudique la autoría de los cuadros como cuando se lo impone por la fuerza o trata de justificarlo en ese juicio final que más parece un circo por su simplismo caricaturesco y su falta de densidad.
Así, lo que podía haber sido una descripción de la tragedia de una artista intuitiva y con un sentido especial de la percepción del mundo, enfrentada a un mercado que solo entiende de fama, dinero, nombres consagrados y marcas acreditadas, se reduce a una especie de daguerrotipo maniqueo que no puede transmitir la menor credibilidad, y acaba afectando al hecho mismo que intenta retratar. Por el camino quedan unos cuantos apuntes ácidos sobre los ambientes del arte contemporáneo, varios detalles propios del cineasta, como esos momentos en que Margaret cree ver a los demás y hasta a ella misma con los ojos desmesuradamente agrandados, o el placer de redescubrir, en el papel de un crítico agresivo y también muy representativo, al gran actor Terence Stamp, inolvidable por su múltiples intervenciones, desde El coleccionista (The Collector, 1965), de William Wyler, hasta el perfecto capitán Darman del Beltenebros (1991) de Pilar Miró, sobre la novela de Antonio Muñoz Molina… Todo eso se ha ido por el desagüe de la imaginación de un cineasta que no puede dominar su tendencia al histrionismo.
FICHA TÉCNICA
Dirección: Tim Burton. Guion: Scott Alexander y Larry Karaszewski. Fotografía: Bruno Delbonnel, en color. Montaje: JC Bond. Música: Danny Elfman. Intérpretes: Amy Adams (Margaret Keane), Christoph Waltz (Walter Keane), Jason Schwarzman (Ruben), Krysten Ritter (DeeAnn), Danny Huston (Dick Nolan), Terence Stamp (John Canaday), Elisabeta Fantone (Marta), Vanessa Ross. Producción: Silverwoods Films, Electric City, Tim Burton Productions y The Weinstein Company (Estados Unidos, 2014). Duración: 105 minutos.
