«La conspiración del silencio». Giulio Ricciarelli, 2014
Un detalle casual permite que el periodista Thomas Gnielka haga público que un nazi de los que intervinieron en el campo de exterminio de Auschwitz trabaja ahora, 1958, en Frankfurt, como profesor en un colegio de niños. Ante la indiferencia o la incomodidad general, el fiscal Johann Radmann, de solo 28 años y responsable hasta el momento de cuestiones menores de tráfico, recibe la misión de investigar y perseguir a esa y a más personas que pudieran haber participado en aquellos crímenes y ahora se pasean tranquilamente, bajo los más variados pretextos: sus acciones han prescrito, no hay pruebas fehacientes en cada caso concreto, nadie quiere hablar del asunto, y no solo los que fueron verdugos, por razones obvias, sino las víctimas, por motivos mucho más complejos y difíciles de desentrañar.
Venciendo las reticencias de sus compañeros y de su inmediato superior, el joven logra que le asigne el caso el fiscal general, un hombre maduro, de comportamiento reservado, que no se sabe muy bien por qué confía a su inexperto subordinado un trabajo de tal envergadura y erizado de dificultades. Pero Johann es tenaz, y bien en solitario, a veces en compañía de Thomas y otras con la ayuda del exiguo personal puesto a su disposición, inicia una intensa búsqueda, que durará cinco años y deberá concluir, si tiene éxito, con la apertura de juicio contra los responsables supervivientes.
Ese es el eje argumental del filme, complementado con una historia sentimental del protagonista, que parece añadida para aportar más densidad a su personaje, y no por necesidades estrictamente narrativas. Durante la hora y media inicial, ese eje se desarrolla con exquisita corrección formal, propia de un cineasta debutante, cuidadoso con el equilibrio de los encuadres, con la alternancia académica de los planos y contraplanos y con alguna imagen subjetiva y algo forzada para atraer la atención del espectador. Pero resulta que en la media hora final, el fiscal Radmann parece perder los papeles, desquiciado por lo que va descubriendo, que en algunos aspectos afecta directamente a su familia y a las de tantos otros jóvenes de su generación, y obsesionado con figuras como la del médico asesino Josef Mengele, oculto en Sudamérica, o la de Adolf Eichmann, secuestrado allí por el Mosad y llevado a Israel.
Con él parece enloquecer también el guion, dando entrada a escenas de pesadilla absolutamente prescindibles, enredándose en vueltas y revueltas que más que conferir tensión contribuyen a disolverla por reiteración, ensayando varios desenlaces distintos, como si no se supiera muy bien cómo rematar la historia o, peor aún, como si se pretendiera contentar a todos cuantos contemplen este asunto tan complejo desde perspectivas diferentes y aun contrapuestas.
Primer largometraje del milanés Giulio Ricciarelli, hasta ahora actor con una larga trayectoria en Alemania, La conspiración del silencio vuelve sobre el infierno nazi tratando de aclarar por qué tantos alemanes, implicados o no en él, se obstinaron en ignorar su propio pasado reciente durante más de quince años después de acabada la Segunda Guerra Mundial. Y lo hace con planteamientos que recuerdan tanto al vidrioso tema de la fascinación de la victima por su verdugo, que ya abordara en su día Liliana Cavani en la polémica El portero de noche (Il portiere di notte, 1974), como a la actividad de Mengele, revisada recientemente por Lucía Puenzo en El médico alemán: Wakolda (2012), y en especial a los problemas de la culpabilidad, la obediencia debida y la mal llamada banalidad del mal abordados con acierto por Margarethe von Trotta en Hannah Arendt (2012). Y la verdad es que esta película de Ricciarelli no llega a la altura de ellas en los distintos aspectos que trata.
Por lo demás, habría que aclarar que, a pesar de su título, no tiene nada que ver con la excelente Conspiración de silencio (Bad Day at Black Rock, 1955), de John Sturges, ni con la fantasía belicista La conspiración del silencio (Conspiracy, 2008), de Adam Marcus. Después de todo, ninguno de los tres títulos responde al original, ya que el del filme que comentamos, en alemán Im Labyrinth des Schweigens, prefería el término genérico laberinto al más específico de conspiración, mientras el título internacional en inglés, Labyrinth of Lies, hace hincapié en las mentiras más que en el silencio… Las distribuidoras juegan con las traducciones por motivos a veces inextricables pero que pueden alterar la recepción de la obra.
FICHA TÉCNICA
Título original: «Im Labyrinth des Schweigens». Dirección: Giulio Ricciarelli. Guion: Elisabeth Bartel y Giulio Ricciarelli. Fotografía: Martin Langer y Roman Osin, en color. Montaje: Andrea Mertens. Música: Sebastian Pille y Niki Reiser. Intérpretes: Alexander Fehling (Johann Radmann), André Szymanski (Thomas Gnielka), Friederike Becht (Marlene Wondrak), Gert Voss (Fritz Bauer), Johannes Krisch (Simon Kirsch), Johan von Bülow (Otto Haller), Hansi Jochmann (Erika Schmitt), Robert Hunger-Bühler (Walter Friedberg). Producción: Claussen Wöbke Putz Filmproduktion y Naked Eye Filmoproduction (Alemania, 2014). Duración: 122 minutos.
