Todos los domingos leo la colaboración de Paul Krugman en El País, reproducción del New York Time Service. Esta vez subrayo varios párrafos de su artículo Un abuso más de las instituciones.
“(…) la crisis financiera de 2008, cuyas consecuencias siguen arruinando las vidas de millones de estadounidenses, no se produjo sin más: fue posible gracias al mal comportamiento de los banqueros, los reguladores y, sí, los economistas”.
“(…) la crisis ha generado toda una nueva serie de abusos, muchos de ellos ilegales, así como inmorales. Y las principales figuras políticas están, después de mucho tiempo, dando algunas muestras de cierta indignación. Desgraciadamente, esta indignación no se dirige contra los abusos de los bancos, sino hacia quienes tratan de hacer que los bancos respondan de esos abusos”.
El diagnóstico esta claro. ¿Y la terapia? Sólo de conocen sus contraindicaciones:
“Los propios banqueros advierten de que cualquier medida contra ellos pondrá en peligro la recuperación económica”.
“Todo confirma que los ricos no son como ustedes y como yo: cuando infringen la ley, son los fiscales quienes se ven sometidos a juicio”.
En definitiva, buenas dosis de ajo y agua: el principio de legalidad que veremos defender a los políticos, concluye Krugman, responde a “un sistema en el que sólo la gente corriente tiene que respetar la ley, mientras que los ricos, y en especial los banqueros, pueden engañar y defraudar sin consecuencias”.
Dos dosis en el desayuno, tres en la comida y otras dos antes de dormir. Y si no se le pasa, acostúmbrese al dolor. Es lo que hay.
