Hemos tenido que entender el mundo a trompicones. Me contaron su funcionamiento de un modo que no explicaba nada, que obligaba a creer. Había demasiadas cosas que no ajustaban. Busqué otros formularios que ofrecieran una perspectiva más racional y más coherente. No encontré tesis definitivas, pero sí criterios de interpretación y análisis para descubrir los entresijos de la realidad y, a la vista de su miseria, para tratar de transformarla. No todas las cuadrículas del dibujo encajaban en la realidad poliforme, porque la historia cambia y las sociales sociales tienen vida (no sé si propia, ajena o mixta), y no siempre su evolución transcurre como habían previsto los autores de los cuentos. En cualquier caso, la percepción y el discurso se fueron enriqueciendo con nuevas perspectivas hasta ir ahormando un punto de vista : mi propia manera de entender el mundo, la vida, las relaciones humanas, la sociedad, la res publica, la política.
Las organizaciones complejas requieren fórmulas que vertebren a través de unas pocas alternativas, mediante el procedimiento del máximo común denominador, las múltiples maneras de entender el mundo o, si se quiere, de los innumerables y personales puntos de vista. En el ámbito político, y dentro del sistema democrático, los partidos políticos ocupan una posición central, que ellos mismos, en muchas ocasiones, pretenden exclusiva. En la sociedad actual no son, sin embargo, los únicos: los poderes reales, sobre todo los económicos, y los medios de comunicación articulan en buena medida la transmisión de ese saber oculto, subyacente, en el que se sustentan los pareceres marginales, las opiniones más sencillas y directas en torno a un acontecimiento, una decisión o una determinada propuesta.
La sumisión de esos grandes operadores a la lógica del poder (que es inaprensible y económico, sobre todo; que parece un concepto, aunque ejerce de manera implacable) condiciona la actuación de los disidentes, de los alternativos, de quienes propugnan valores distintos al individualismo y al gregarismo, según convenga; de quienes rechazan el beneficio (la vieja plusvalía) como único impulsor del desarrollo y la riqueza; de los que se oponen a la dictadura del mercado o de los magnates de las financias (que ya ni siquiera es la banca, aunque en ella habiten los mangantes), y de los combatientes contra otras pocas ideas sin contrapeso
Obligan, por ejemplo, a la pedagogía. A explicar, en primer lugar, que vivimos en un mundo organizado contra los intereses de la mayoría de los ciudadanos. En segundo, que ese mundo nos apremia a bandearnos bajo reglas perversas y en la práctica nos impone su cumplimiento so pena de agravar aún más las penurias de los débiles. Y en tercero, que todo esto resultará inevitable mientras no seamos capaces de alumbrar una sociedad y, luego, un gobierno sin magnates ni mangantes, porque, hoy por hoy, quienes abanderaron la transformación de esta realidad se han quedado sin brújula e incluso sin puntos cardinales.
Y en esa tesitura sólo caben iniciativas estimulantes pero aisladas, muestras de rebeldía legítimas aunque escasas de eficacia, el valor significativo de los pequeños matices porque los núcleos ideológicos pasados quedaron contaminados… Y todo ello con el propósito de encontrar otro horizonte estimulante. Para resistir en esas condiciones se requiere pedagogía: aceptar la derrota y encontrar acicates para oponerse a la aniquilación y, soportando el temporal, alentar vientos más templados y justos.
La izquierda, sin cartas de navegación, se ha transformado en un epígono del poder real, se ha hecho derecha o se ha transmutado en zombi . El PSOE (adiós a Marx, bienvenida a los ministros que reencarnaron a Solchaga y caída definitiva del Muro) aceptó, sin explicarlo, que sólo cabía una política económica, la marcada por quienes podían hacerlo, y a partir de ella la voluntad de repartir las migajas en los momentos más prósperos. En su segunda comparecencia en el Gobierno después de la dictadura, el PSOE quiso mantener un discurso más autónomo, hasta darse de bruces con la realidad inapelable. Y entonces, en vez de explicarlo, volvió a hablar de lo que había que hacer. Para eso no hacían falta sucedáneos.
Alguien tenía que haber explicado la situación en que estamos y por qué sólo es posible albergar cierta esperanza de los que se contradicen. Quizás eso sea hoy lo posible.
